miércoles, 30 de octubre de 2013

Borja Castellano o la autenticidad del aire fresco

A menudo he descubierto que no es del todo veraz aquel pensamiento de Jean Cocteau, un genio enrevesado, de que “la juventud sabe lo que no quiere antes de saber lo que quiere”, y por ello suelo prestar singular atención a los jóvenes que saben lo que quieren y lo persiguen. Hace poco escribí sobre Gonzalo Manglano, un novelista que he seguido con atención y mimo desde sus primeras páginas, y hoy me detengo en Borja Castellano, otro novelista joven que no debemos considerar una promesa sino una realidad.
 
Pronto hará un año -fue el 19 de octubre de 2012- presentó su primera novela, “La vida epifita”, en la más que centenaria Asociación de Escritores y Artistas Españoles. Los presentadores de aquella botadura literaria fuimos Carmen Posadas y yo. Borja Castellano cumplirá dentro de poco treinta y cuatro años y llega a la literatura con muchas lecturas bien asimiladas, vivencias en tierras diversas, entusiasmo y dedicación. El pecado de los jóvenes talentos literarios suele ser la dispersión, encender muchas lucecitas pero no seguir la luz. No es el caso de Borja. Conoce su camino. Trabaja en lo que cree porque cree en lo que trabaja. 
 

sábado, 26 de octubre de 2013

Manuel Alcántara: magisterio y anécdota

Manuel Alcántara nació en 1928 y vive sus laboriosos 85 años frente al mar, en su casa del malagueño Rincón de la Victoria. En Madrid es mi vecino, pero cada vez se aleja menos de su rincón costero. Ha publicado más de 18.000 artículos, algunos de ellos recogidos en libros, una decena de poemarios, varias antologías, y es machadianamente “en el mejor sentido de la palabra, bueno”. En un reciente viaje leí sus artículos diarios en periódicos provinciales del grupo Vocento; se publican en la última página lo que hace que suela empezarse a leer el periódico por el final. Es penoso que sus miradas magistrales sobre la actualidad no aparezcan en ABC, la cabecera principal de Vocento. Los lectores nos lo perdemos.

Como articulista literario, Alcántara no sólo es el decano del género sino, además, uno de sus grandes cultivadores, a mi juicio el primero, en la línea de Pemán y de González-Ruano, por poner dos ejemplos. Atesora un senequismo cálido y cercano y una observación aguda y llena de sorpresas. Ha conseguido los máximos galardones del articulismo, entre ellos el “Luca de Tena”, el “Mariano de Cavia”, el “José María Pemán” y el “González Ruano”. A veces en literatura cumplir años y cuajar  es acercarse al olvido, no al revés; éste no es el caso. Comienza su poema “Biografia”, en su primer libro “Manera de silencio”, de 1955, con un endecasílabo definitivo: “Lo mejor del recuerdo es el olvido…”.

sábado, 19 de octubre de 2013

Umbral: años de sueños ¿y eclipse?

Conocí  a Francisco Umbral cuando no había publicado ningún libro. Eran años de sueños.  Su nombre real era Francisco Pérez Martínez, que cambió porque no le parecía literario; como hizo José Martínez Ruíz cuando se transformó en Azorín. Era un fingidor que ahormaba su personalidad literaria de cara a la galería; en esto hay antecedentes preclaros, el último de ellos Camilo José Cela. A menudo Umbral se fingió a sí mismo y envolvió en sombras intencionadamente, literariamente, sus años de infancia y juventud. Contó lo que quiso guardándose lo que le apeteció. Lo mismo hizo Galdós. El título del más estimable libro de recuerdos galdosianos es significativo: “Memorias de un desmemoriado”; hace años preparé una edición de este libro para Visor y me divertí no poco escudriñando entre sus luces y sus sombras.
 
Umbral es uno de los casos de vocación literaria más arrebatadores que me ha sido dado vivir. Cuando nos conocimos él residía en Madrid, recién llegado de Valladolid, como corresponsal para todo del veterano diario “El Norte de Castilla” que dirigía en la capital del Pisuerga el ya reconocido Miguel Delibes. Paco no se entretenía en el seguimiento de la actualidad y surtía a su periódico con reportajes sobre el famoseo capitalino, entrevistas de tronío y crónicas y artículos literarios en los que ya se derramaba la brillantez y originalidad que años más tarde sus lectores celebrarían en los grandes medios. Paco no sabía conducir y no siempre podía permitirse un taxi. Yo le trasladaba muchas veces a hacer sus entrevistas y reportajes, y era testigo de ellos,  en mi primer seiscientos de segunda o tercera mano que él llamaba “el auto” a la manera vallisoletana. Entonces sus piezas periodísticas pasaban inadvertidas, perdidas en un diario de provincias.