Hay poetas que por no
apuntarse al canon que a veces nos abruma no están en la pomada de las
pasarelas literarias tanto como merecen. No han seguido “las modas” porque
saben, como me dijo hace años en París Pierre Cardin, que “moda es lo que pasa de moda”. Son poetas
que han construido su voz propia desde una dedicación rigurosa, mantenida,
siempre dando pasos adelante en una obra que la crítica más estimable reconoce
y los lectores -esa minoría juanramoniana- siguen con interés. No se detienen
un segundo para mirar atrás. Es el caso de Santiago Castelo.
En Santiago Castelo periodismo y poesía han ido unidos de modo que no es difícil descubrir la vena poética en su producción periodística, de primera, y el latir del periodismo en su estimable obra poética. Su “Memorial de ausencias”, que recibió en 1982 el importante Premio Fastenrath de la Real Academia Española, ha sido a través de los años uno de los libros de mi mesita de noche. Su menester se inició en 1976 con un libro que denotaba muchas lecturas bien digeridas y muchas reflexiones: “Tierra en la carne”. A este poemario siguieron casi una decena de libros de gran interés que mostraban una evolución cómplice tanto con el intimismo como con la contemplación de un mundo alrededor en el que los paisajes con alma y el inclemente paso del tiempo ejercían de hilos conductores. Su antología “Como disponga el olvido” da cuenta, en una panorámica aleccionadora, de esta trayectoria ascendente.
En 2013 Santiago Castelo publica una de sus obras fundamentales: “La hermana muerta”, un canto elegiaco sobre la pérdida de su hermana, la pintora y poeta Lola Santiago. Conocí a Lola, una intelectual que derramaba sensibilidad en cuanto emprendía, y en el dolor de su ausencia nuestro poeta sembró versos emotivos, conmovedores, en línea con las grandes elegías de nuestra literatura. José Hierro pudo escribir que “toda poesía estimable nace del dolor” y abrió su célebre libro “Alegría”, Premio Adonais en 1947, con el estremecedor soneto que inicia el endecasílabo aparentemente contradictorio “llegué por el dolor a la alegría”.
Santiago Castelo acaba de publicar “Esta luz sin contorno”, su primer poemario después de escribir “La hermana muerta”, y, en cierto modo, desde el dolor desemboca en la alegría, en sus temas de siempre, sin eludir los ligeros, el fervor por el arte, por la amistad y, desde ellos, alza su fe en una vida recuperada tras las ausencias y el dolor. Hay en la poesía de Santiago Castelo una raíz de nostalgias, de memorias, de luchas contra el olvido. Un rescate, una porfía y una complicidad con el paso del tiempo que nos hace y nos deshace.
La obra de nuestro poeta es un ejemplo de coherencia, sin saltos en el aire. Se ha ido construyendo natural, sencillamente. Sin ampararse en modas perecederas. Santiago Castelo ha sido desde su primer libro, de alguna manera, un francotirador que ha seguido un camino riguroso de compromisos firmes con sus admiraciones poéticas y con su propio yo como creador. Y esto va más allá de sus muchos premios y reconocimientos; se instala en la autenticidad de quien ha sabido y sabe ser él mismo desde una mirada interior que no excluye el reflejo de un mundo exterior, porque lo que ese mundo exterior pueda tener de válido y de enriquecedor lo ha incorporado a su poesía, lo ha hecho suyo, le ha dado su particular sentido.
Algo de esto lo expresó bellamente el propio José Hierro, como Santiago Castelo poeta del dolor y de la fe de vida: “Tan vivo y real es lo que se incorpora a nosotros a través de la lectura, como lo aprehendido en la experiencia o lo soñado. Basta con que lo sintamos tan nuestro, que acabemos por no saber si proviene de los libros, de la realidad o del sueño”.
La lectura de los poemas de Santiago Castelo es un ejercicio que complace no sólo al lector habitual de poesía, sino también a quienes, sin serlo, aciertan a encontrar en un poema su propia circunstancia derramada con belleza. La complicidad de la lectura se hace quintaesencia en sus versos llenos de vida, desde la cotidianidad de la sencillez, tanto como desde una altura estilística y de mensaje que, sin embargo, llega a todos.
En mi reciente libro “Escribo tu nombre” incluyo un soneto dedicado al último libro de Santiago Castelo, cuya lectura me sobrecogió por su profundidad, por su estilo magistral pero accesible, por su autenticidad. Siempre he creído en la suprema -y difícil- sencillez que ha de conseguir la obra bien hecha. Y por su superación -¿superación?- del dolor. El soneto es éste:
En Santiago Castelo periodismo y poesía han ido unidos de modo que no es difícil descubrir la vena poética en su producción periodística, de primera, y el latir del periodismo en su estimable obra poética. Su “Memorial de ausencias”, que recibió en 1982 el importante Premio Fastenrath de la Real Academia Española, ha sido a través de los años uno de los libros de mi mesita de noche. Su menester se inició en 1976 con un libro que denotaba muchas lecturas bien digeridas y muchas reflexiones: “Tierra en la carne”. A este poemario siguieron casi una decena de libros de gran interés que mostraban una evolución cómplice tanto con el intimismo como con la contemplación de un mundo alrededor en el que los paisajes con alma y el inclemente paso del tiempo ejercían de hilos conductores. Su antología “Como disponga el olvido” da cuenta, en una panorámica aleccionadora, de esta trayectoria ascendente.
En 2013 Santiago Castelo publica una de sus obras fundamentales: “La hermana muerta”, un canto elegiaco sobre la pérdida de su hermana, la pintora y poeta Lola Santiago. Conocí a Lola, una intelectual que derramaba sensibilidad en cuanto emprendía, y en el dolor de su ausencia nuestro poeta sembró versos emotivos, conmovedores, en línea con las grandes elegías de nuestra literatura. José Hierro pudo escribir que “toda poesía estimable nace del dolor” y abrió su célebre libro “Alegría”, Premio Adonais en 1947, con el estremecedor soneto que inicia el endecasílabo aparentemente contradictorio “llegué por el dolor a la alegría”.
Santiago Castelo acaba de publicar “Esta luz sin contorno”, su primer poemario después de escribir “La hermana muerta”, y, en cierto modo, desde el dolor desemboca en la alegría, en sus temas de siempre, sin eludir los ligeros, el fervor por el arte, por la amistad y, desde ellos, alza su fe en una vida recuperada tras las ausencias y el dolor. Hay en la poesía de Santiago Castelo una raíz de nostalgias, de memorias, de luchas contra el olvido. Un rescate, una porfía y una complicidad con el paso del tiempo que nos hace y nos deshace.
La obra de nuestro poeta es un ejemplo de coherencia, sin saltos en el aire. Se ha ido construyendo natural, sencillamente. Sin ampararse en modas perecederas. Santiago Castelo ha sido desde su primer libro, de alguna manera, un francotirador que ha seguido un camino riguroso de compromisos firmes con sus admiraciones poéticas y con su propio yo como creador. Y esto va más allá de sus muchos premios y reconocimientos; se instala en la autenticidad de quien ha sabido y sabe ser él mismo desde una mirada interior que no excluye el reflejo de un mundo exterior, porque lo que ese mundo exterior pueda tener de válido y de enriquecedor lo ha incorporado a su poesía, lo ha hecho suyo, le ha dado su particular sentido.
Algo de esto lo expresó bellamente el propio José Hierro, como Santiago Castelo poeta del dolor y de la fe de vida: “Tan vivo y real es lo que se incorpora a nosotros a través de la lectura, como lo aprehendido en la experiencia o lo soñado. Basta con que lo sintamos tan nuestro, que acabemos por no saber si proviene de los libros, de la realidad o del sueño”.
La lectura de los poemas de Santiago Castelo es un ejercicio que complace no sólo al lector habitual de poesía, sino también a quienes, sin serlo, aciertan a encontrar en un poema su propia circunstancia derramada con belleza. La complicidad de la lectura se hace quintaesencia en sus versos llenos de vida, desde la cotidianidad de la sencillez, tanto como desde una altura estilística y de mensaje que, sin embargo, llega a todos.
En mi reciente libro “Escribo tu nombre” incluyo un soneto dedicado al último libro de Santiago Castelo, cuya lectura me sobrecogió por su profundidad, por su estilo magistral pero accesible, por su autenticidad. Siempre he creído en la suprema -y difícil- sencillez que ha de conseguir la obra bien hecha. Y por su superación -¿superación?- del dolor. El soneto es éste:
SANTIAGO CASTELO
-Por su libro Esta luz sin contorno-.
Contradicción
de luz que se serena
en un verso que ya no sé si es mío.
S. C.
Halla
la sed de la palabra viva
que
deja de ser suya cuando quema.
De
todos y de nadie es el poema
que
domina la luz que fuera esquiva.
Llegan
brasas, cenizas, y él las criba.
Gemas
para enjoyar una diadema.
No
hay fórmula, ni atajo, ni sistema.
El
poeta está solo, y Dios arriba.
Y su luz sin contorno nos alumbra,
marca
la senda que la vida escribe
sobre
la arena de una incierta playa.
Es
un fulgor que orienta y no deslumbra,
y
que, fiel, vive el tiempo y lo desvive
Luz
hecha voz que ni el dolor acalla.