Los bibliófilos pueden caer en la tentación de convertirse en bibliómanos o en bibliopiratas desde ese fetichismo más o menos asumido de todo coleccionista. No es inoportuno dedicar un post a la bibliomanía. No pocas veces la búsqueda de ejemplares singulares ha llevado al robo y, al menos en la leyenda, al asesinato.
La historia anota célebres robos de libros y documentos. El bibliófilo Francisco de Mendoza nos recuerda dos. El primer mapa en el que aparece representada América lo realizó Juan de la Cosa y lo entregó a la reina Isabel la Católica en 1500. Las tropas napoleónicas lo robaron de la Casa de Contratación de Sevilla, y en 1832 fue vendido en una almoneda parisina. Al fallecer en 1854 su comprador, un diplomático holandés, fue adquirido en subasta por el Gobierno español y desde entonces se conserva en el Museo Naval de Madrid. Otro caso arquetípico de robo es el del “Cancionero de Baena”. Se encontraba en la Biblioteca Real en 1820, trasladado desde la biblioteca del monasterio de El Escorial. Desapareció y reapareció en 1824, ofrecido en una subasta en Londres. Lo compró el famoso bibliófilo Richard Heber, y a su muerte fue de nuevo subastado en 1836. Adquirido por la Biblioteca Nacional de Francia, está allí desde entonces.