Desde el Antiguo
Egipto, con los papiros de Turín y de Leide, a la trilogía “Cincuenta sombras
de Grey”, de 2011, la literatura erótica ha seguido un camino paralelo a las
costumbres más o menos permisivas de cada tiempo. Se confunde con la
pornografía cuando el relato resulta muy explícito. Lo erótico exalta el placer
desde la belleza, la sensibilidad y debe presumírsele calidad literaria; lo
pornográfico se apunta a la obscenidad, devalúa la relación de los cuerpos, y a
menudo resulta sucio, además de que comúnmente su calidad es más que dudosa. Cada
época ha tenido sus maestros eróticos en prosa, en verso y en el memorialismo.
Ha habido referencias eróticas en grandes obras literarias fuera del género,
como en el Quijote cervantino o en “Ulises”
de Joyce.
En Grecia, 400
años antes de Cristo, Aristófanes lleva al teatro su Lisístrata, un siglo
después Sotades escribe los poemas obscenos que le llevan a la cárcel, y en el
siglo siguiente Luciano compone “Los diálogos de Cortesanas”, considerado el
primer libro pornográfico. En Roma entre el siglo II antes de Cristo y el siglo
I aparecen los Priapeos o Priapeya, poemas dedicados al dios Príapo, y poemas de
Marcial, Juvenal y Horacio, entre otros, además de “El arte de amar”, de Ovidio y “El
Satiricón”, de Petronio.