Al finalizar enero, en menos de una semana, se nos fueron dos poetas de cuerpo y alma enteros, unidos -que no separados- por el océano. El mexicano José Emilio Pacheco y el español Félix Grande. Conocí a los dos; cortamente a Pacheco y largamente a Grande. Pacheco es una de las voces más vivas, originales y completas de la poesía iberoamericana, y Grande es un poeta personal, alejado de las modas, de palabra precisa y honda.
Mi primer encuentro con José Emilio Pacheco se produjo cuando ambos fuimos ponentes en uno de los Cursos de Verano que la Universidad Complutense organizaba en Aguadulce, Almería, creo que en 1990. Aparte de lo que hablamos durante las jornadas del curso, una incidencia en el regreso a Madrid me permitió gozar de su conversación durante horas; suspendido el vuelo, los organizadores decidieron disponer un coche para nuestro viaje, perentorio ya pues Pacheco tenía billete cerrado para México. Desde Almería fuimos directamente a dejarlo en Barajas.
El poeta era humilde, alejado de los brillos, casi disculpándose por su notoriedad creciente; nunca creyó en la celebridad, aunque era el intelectual más admirado de México. En aquella larga conversación me pareció un ser humano excepcional. Son conocidas algunas de sus frases, no impostadas sino nacidas del corazón: "Como Fernando Pessoa me siento agradecido y asombrado cuando descubro que a algunas personas les gustan mis poemas", o "¿Cómo voy a ser uno de los mejores poetas latinoamericanos si ni siquiera soy el mejor poeta de mi barrio?". Era vecino de Juan Gelman, gran poeta argentino residente en México desde la década de los ochenta, que vivía como él en el barrio de la Condesa de la ciudad de México. Gelman ganó el Premio Cervantes en 2007, y Pacheco dos años después, en 2009. Tuve ocasión de hablar de nuevo con el gran poeta en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá en el momento tan especial en que recibió el Cervantes. Especial para él y para la poesía en español. En aquel solemne acto a Pacheco se le cayeron los pantalones; nunca había vestido chaqué y consideró impropio usar tirantes, como él mismo explicó desde su patente sencillez. Fue como un guiño de su personalidad al protocolo, en el que no se sentía cómodo. Gelman murió el 14 de enero, días antes que José Emilio; el destino había querido unir a los dos vecinos en el último viaje. Para Mario Benedetti, una referencia poética y ética para tantos, Pacheco era un "poeta frugal en las formas y profundo en su dimensión".
Pacheco había escrito: "Mi única riqueza es el lenguaje". Y al lenguaje y al Quijote dedicó su discurso al recibir el Premio más importante de la literatura en español. Algunas de las opiniones vertidas en aquel discurso son memorables: "Me duele que las obras eternas no lo sean tanto porque el idioma cambia todos los días y con él se alteran los sentidos de las palabras". "Me gustaría que el Premio Cervantes hubiese sido para Cervantes; cómo hubiese aliviado sus últimos años el recibirlo". "Casi todos los escritores somos, a querer o no, miembros de una orden mendicante; no es culpa de nuestra vileza esencial sino de un acontecimiento ya bimilenario que tiende a agudizarse en la era electrónica". "No hay en la literatura española una vida más llena de humillaciones y fracasos que la de Cervantes; se dirá que gracias a esto hizo su obra maestra". "El Quijote es muchas cosas pero es también la venganza contra todo lo que Cervantes sufrió hasta el último día de su existencia". Y "Como todo, Internet es al mismo tiempo la cámara de los horrores y el Retablo de las Maravillas", opinión que comparto y evidencia sobre la que he escrito no poco.
Comencé a tratar a Félix Grande hace medio siglo, cuando ganó el Adonais en 1963; yo llegué tres años más tarde a unir mi nombre a aquel galardón que entonces suponía mucho más que ahora. Los libros que conseguían premio o accésit en el Adonais se tenían en cuenta. El libro de Félix se titulaba "Las piedras", un poemario existencial alrededor de la soledad, y fue mi libro de cabecera durante aquel tiempo de sueños y esperanzas. A través de los años coincidimos repetidamente en jurados de poesía, como en los premios Feria del Libro de Madrid y Jaime Gil de Biedma, y en recitales, además de en algunas obras con otros autores; recuerdo nuestra participación en "La vida nieva. Homenaje a José Hierro", editado por la Universidad de Alcalá, con poemas, además de los nuestros, de Luis Alberto de Cuenca y de Ángel García López. Félix fue una de mis sostenidas referencias en el Pregón de la Fiesta Literaria de Tomelloso, en agosto del año pasado. Tomelloso era su pueblo, su lugar, su anclaje, aunque hubiese nacido en Mérida por los avatares de la guerra. Vivió en el pueblo manchego desde los dos a los veinte años.
El poeta padeció los tiempos duros de la posguerra, en el seno de una familia que había perdido la guerra y se enfrentaba a la incomprensión, la represión y las penalidades. Félix desembocó en la poesía desde la guitarra. Quiso ser guitarrista flamenco y llegó a convertirse en uno de nuestros primeros flamencólogos. En su muerte, Manuel Ríos Ruíz, también flamencólogo y poeta, recordaba una intervención pública de Félix: "Daría años de mi vida si pudiera dirigirme a vosotros no con estas palabras sino con el lenguaje que alguna vez soñé poseer entre mis uñas y entre las yemas de mis dedos. Aquellos que me conocen saben bien que el fracaso más vasto de mi vida es no haber alcanzado a ser un buen guitarrista flamenco".
Félix Grande es un poeta inclasificable, alejado de corrientes y de modas; un pájaro solitario, un francotirador en una realidad donde tanto pesan el canon y las falsificaciones, con una voz personal y una autenticidad sin concesiones. Los críticos creen que yo también soy un francotirador. El libro más celebrado de Félix, "Las rubáiyatas de Horacio Martín", por el que recibió el Premio Nacional de Poesía en 1978 es de lectura obligada para los amantes de la poesía. En 2004 recibió el Premio Nacional de las Letras Españolas. Poseía también el Premio Nacional de Flamencología. Su último poemario es "Libro de familia", de 2011, en el que retorna a ese intimismo reflexivo y cordial (de cor, cordis: corazón), sin saltos en el aire, sin trampa ni cartón.
Entre los años 1983 y 1996 dirigió con gran sensibilidad y tino "Cuadernos Hispanoamericanos", revista que había dirigido Luis Rosales, su amigo del alma, con el que trabajó en la redacción desde 1961. El cese de Félix como director de la revista por un Gobierno recién llegado, sin motivo objetivo alguno, y más tratándose de una responsabilidad en absoluto política, me pareció entonces un disparate; debo decir que no me enteré por él. Quien lo cesó, de cuyo nombre no quiero acordarme, supo directamente de mi disgusto, y sus más altos jefes también. La gran humanidad de Félix valoró mi postura ante aquella injusticia y tuvo la generosidad de recodarla en su aportación al volumen "Homenaje a Juan Van-Halen" que me dedicó el Ayuntamiento de Pozuelo de Alarcón en 1999. Obviamente yo no le pedí a Félix su colaboración en el homenaje ni, por lo mismo, que se refiriese a aquel episodio que él define en sus líneas como "una situación insensata de la que fui víctima". Sólo su hombría de bien y su generosidad le hicieron recordarlo. Las últimas palabras de aquellas líneas suyas dan la talla de su calidad humana: "La gratitud se demuestra públicamente".
Otra prueba de esa calidad humana de Félix es su libro "La calumnia", de 1987, sobre las incomprensiones sufridas por Luis Rosales alrededor de un episodio de indudable interés literario e histórico: García Lorca fue sacado de la casa de los Rosales por gente armada en la Granada de los inicios de la guerra civil. El poeta y dramaturgo de "Romancero gitano" y "Yerma" fue fusilado el 18 de agosto de 1936 en uno de los asesinatos más incomprensibles (si es que alguno puede llegar a ser comprensible, que no lo creo) de aquel tiempo violento, ya que Lorca no había militado nunca en partido político alguno. A Luis Rosales le persiguió durante el resto de su vida aquella circunstancia, lo que suponía una injusticia -Félix lo considera "calumnia"-. Lorca estaba refugiado en su casa precisamente por su seguridad ya que José, el hermano mayor de los Rosales, era el jefe de Falange en Granada. Pero quienes fueron a llevárselo aprovecharon la ausencia de los hermanos mayores, y en la casa sólo estaban Luis y sus padres.
Dos grandes poetas han muerto al despuntar este 2014. Tres si sumamos a Juan Gelman. El año empieza con luto para la poesía. Ellos no están pero nos han dejado su obra y su ejemplo.