Pío Baroja es una de
mis sostenidas admiraciones literarias. No descubro un mediterráneo si lo
considero una de las cumbres de la novela española. Junto a Galdós, con el que
poco tiene que ver pero más de lo que los dos hubieran deseado si en su día se
les hubiese preguntado por sus afinidades, Baroja es otra de nuestras
frustraciones en el Premio Nobel. Como en el caso de Galdós, en España se
movieron en su día detractores y partidarios de que don Pío recibiese el Nobel.
En Suecia se hicieron los suecos.
España, cuna de
Cervantes, el creador de la novela moderna, no vio premiado con el Nobel a un
novelista hasta que en 1989 lo recibió Camilo José Cela, admirador confeso de
Baroja. Hemingway, otro ilustre barojiano, declaró al recibir el Nobel en 1954
que don Pío se lo merecía más que él. Otro escritor norteamericano que proclamó
su admiración por Baroja fue John Dos Passos. Don Pío murió el 30 de octubre de
1956 y, entre otros amigos, llevaron su ataúd a hombros Hemingway y Cela.