Dentro de pocos días,
en la tarde del 18 de junio, Juan Carlos I sancionará en el
Palacio Real la Ley Orgánica que recoge su abdicación, de acuerdo con el
artículo 57.5 de la Constitución Española. Inmediatamente surtirá efectos
jurídicos al publicarse en el Boletín Oficial del Estado el día 19. Ese mismo
día Felipe VI será proclamado Rey ante las
Cortes Españolas, en reunión conjunta del Congreso de los Diputados y el
Senado. La normalidad constitucional es impecable.
En estas vísperas del
que sin duda es un acontecimiento histórico he recordado mis encuentros con el
Rey Don Juan Carlos, precisamente los que pueden considerarse literarios. que son los que corresponde mencionar en este blog de
literatura.
El primero se produjo siendo yo muy joven, en 1968. Cuatro amigos escritores y periodistas de cierto bullicio juvenil en aquel tiempo acudimos al Palacio de la Zarzuela convocados por quien entonces era conocido por ser hijo de Don Juan de Borbón, exiliado en Estoril y depositario de la legitimidad dinástica que le había transmitido su padre el Rey Alfonso XIII en enero de 1941, un mes antes de morir. Aquella fue una larga conversación, distendida, abierta por parte de todos los presentes, alrededor de una mesa con refrescos. Fuera ya de Palacio los invitados convinimos, por lo escuchado y lo intuido, que Don Juan Carlos conocía perfectamente la realidad española, que cuando aquel hombre llegara a reinar cambiarían muchas cosas en España en un camino hacia la normalización del sistema político haciéndolo equiparable al vigente en las democracias de nuestro entorno. Días después de aquella conversación tuvo la amabilidad de enviarme (y yo el honor de recibirla) una fotografía dedicada, la primera de las varias que tengo suyas, con uniforme de teniente de Infantería.
El primero se produjo siendo yo muy joven, en 1968. Cuatro amigos escritores y periodistas de cierto bullicio juvenil en aquel tiempo acudimos al Palacio de la Zarzuela convocados por quien entonces era conocido por ser hijo de Don Juan de Borbón, exiliado en Estoril y depositario de la legitimidad dinástica que le había transmitido su padre el Rey Alfonso XIII en enero de 1941, un mes antes de morir. Aquella fue una larga conversación, distendida, abierta por parte de todos los presentes, alrededor de una mesa con refrescos. Fuera ya de Palacio los invitados convinimos, por lo escuchado y lo intuido, que Don Juan Carlos conocía perfectamente la realidad española, que cuando aquel hombre llegara a reinar cambiarían muchas cosas en España en un camino hacia la normalización del sistema político haciéndolo equiparable al vigente en las democracias de nuestro entorno. Días después de aquella conversación tuvo la amabilidad de enviarme (y yo el honor de recibirla) una fotografía dedicada, la primera de las varias que tengo suyas, con uniforme de teniente de Infantería.
Con aquella primera
impresión en la memoria, años más tarde, habiendo jurado ya Don Juan Carlos como
sucesor en la Jefatura del Estado a título de Rey ante las Cortes no
democráticas de entonces, propuse, como director-gerente de Editorial Doncel, que
se editasen juntas sus intervenciones públicas de aquel periodo. Tras ciertos
dimes y diretes oficiales y algunas conversaciones con la Casa del Príncipe, el libro
apareció en 1973 con el título “Por España, con los españoles”. En su amplia “Introducción”,
sin firma, que encargué a Gabriel Elorriaga, persona de mi confianza no ajena a los círculos del
Palacio de la Zarzuela, se incluían algunas ideas atrevidas para la época, como,
entre otras, considerar a la institución
monárquica “un cauce, no un dique, por el que puedan discurrir las aportaciones
[…] y las exigencias de cada tiempo”, al no estar “anclada en las
circunstancias accidentales de cada coyuntura”, y tener la capacidad de acoger
“la infatigable evolución de la Historia”.
Era un anuncio, entre
líneas pero evidente, de que en el inicio del reinado de Don Juan Carlos habría
de afrontarse una transformación del sistema político, más allá de las
“circunstancias accidentales” de la coyuntura, siendo “cauce y no dique” para
las exigencias del tiempo nuevo. Conservo un ejemplar de aquella obra
afectuosamente dedicado por Don Juan Carlos y un manuscrito suyo que se incluyó
en la página inicial. Y nueva fotografía
dedicada, esta vez con uniforme de general de brigada.
Cuando un grupo de
amigos fundamos la agencia “Central Press” a finales de los años setenta, el
Rey recibió a quienes formábamos el equipo directivo. Se interesó por el
periodismo confidencial, en boga en aquella época de transición política, y nos
habló de algunas de las iniciativas que conocía en otros países europeos.
Estaba a la última. De los cuatro asistentes a la audiencia, dos éramos
escritores además de periodistas, y Don Juan Carlos nos preguntó por los
trabajos que teníamos en el telar.
Otro encuentro
literario fue la audiencia que el Rey me concedió para entregarle el primer
ejemplar de mi única novela, “Memoria secreta del hermano Leviatán”, que tuvo
fortuna aquel 1988 en el Premio Plaza & Janés. Es una novela histórica que tiene
como protagonista a Fernando VII, monarca de no grata memoria para los
españoles, que narra un periodo histórico, del Motín de Aranjuez a la muerte
del Rey, con incidencia en su
exilio en Valençay, en el castillo de Talleyrand, y en las etapas fernandinas absolutista y liberal, que siempre
interesaron a Don Juan Carlos. En aquella conversación comprobé que conocía
detalles jugosos del reinado de aquel antecesor suyo en el trono que pasó de
ser llamado “el deseado” a ser considerado “el felón”. Reinó en un tiempo de cambios y de nuevos retos políticos marcados por la Guerra de la Independencia y el constitucionalismo gaditano.
Una curiosidad, que
tiene que ver con la literatura y retrata el carácter de Don Juan Carlos,
sucedió años más tarde en el Campo del Moro, a la espalda del Palacio Real,
cuando allí se celebraba (hace muchos años que no se convoca) la onomástica del
Rey. Rogué a la Casa Real que invitase al gerente general de la editorial Plaza
& Janés, Joachin Imhoff, y mi petición fue amablemente atendida. Así es que
me acerqué a Don Juan Carlos para cumplimentarle y además presentarle al que era editor de varios de mis libros. Con esa
bonhomía que le caracteriza, el Rey le atendió afectuosamente y ante mi sorpresa
me felicitó por la que también era mi onomástica, diciéndole: “la verdad es que
esta recepción la convoco tanto por Juan como por mí”. Con aquella humorada el
Rey quiso dejarme bien ante mi editor. Imhoff, al fin y al cabo tan serio y tan
alemán, no salía de su asombro. Fue
testigo el entonces gerente de la editorial en Madrid, mi viejo y entrañable amigo Carlos
Ares.
Vaya otra anécdota extraída, como las anteriores, del cofre de mi memoria. En el acto inaugural de una edición de
la Feria del Libro de Madrid, no recuerdo si a mediados o finales de los años
noventa, siendo yo presidente de la Asamblea de Madrid, Don Juan Carlos se interesó amablemente por
un libro mío que exhibía una de las casetas, y naturalmente se lo ofrecí; él me
tendió un bolígrafo que yo, tras dedicarle el ejemplar, guardé instintivamente en
el bolsillo interior de la chaqueta. Cuando llevaba andados algunos pasos, el
Rey se volvió, se acercó, y me dijo: “Devuélveme el boli, que es de “huelva”, y
además de plata”.
El Rey se encuentra cómodo entre periodistas y escritores. He vivido no pocos ejemplos para poder asegurarlo. En cuanto a los periodistas, recuerdo una audiencia a la junta directiva de la Federación de Asociaciones de Profesionales de Radio y Televisión de España siendo yo su presidente, en la que rompió el protocolo y en el consabido corrillo se habló de lo divino y de lo humano, acaso cerca de lo que hoy algunos considerarían “políticamente incorrecto” pero que es realmente políticamente sincero. Y en lo que concierne a los escritores y artistas, el Rey aceptó, siguiendo la tradición de sus antecesores en el trono, ser protector miembro de honor de la más que centenaria Asociación de Escritores y Artistas Españoles que tengo el honor de presidir y en la que su augusto padre, Don Juan de Borbón, había pronunciado el 19 de enero de 1978 una interesante conferencia, creo que sin precedentes, con el título "Mi vida marinera".
El Rey se encuentra cómodo entre periodistas y escritores. He vivido no pocos ejemplos para poder asegurarlo. En cuanto a los periodistas, recuerdo una audiencia a la junta directiva de la Federación de Asociaciones de Profesionales de Radio y Televisión de España siendo yo su presidente, en la que rompió el protocolo y en el consabido corrillo se habló de lo divino y de lo humano, acaso cerca de lo que hoy algunos considerarían “políticamente incorrecto” pero que es realmente políticamente sincero. Y en lo que concierne a los escritores y artistas, el Rey aceptó, siguiendo la tradición de sus antecesores en el trono, ser protector miembro de honor de la más que centenaria Asociación de Escritores y Artistas Españoles que tengo el honor de presidir y en la que su augusto padre, Don Juan de Borbón, había pronunciado el 19 de enero de 1978 una interesante conferencia, creo que sin precedentes, con el título "Mi vida marinera".
Lo relatado forma parte
de mi anecdotario personal cuyo recuerdo es oportuno en esta ocasión histórica,
pero aventuro que las anécdotas literarias de Don Juan Carlos serán muchas y
con bien diferentes destinatarios. Quienes hemos vivido las recepciones en Palacio, luego almuerzos, con motivo del 23 de abril, Día del Libro y aniversario de
Cervantes, conocemos de primera mano esta cordialidad del Rey con los creadores.
Dejo para otra ocasión los recuerdos no literarios que guardo con igual emoción en mi memoria. El reinado de Juan Carlos I pasará a la Historia como el periodo más trasformador y fecundo de la peripecia contemporánea de nuestro país. La travesía de la dictadura a la democracia sin traumas ni rupturas contó con el mejor timonel.
Dejo para otra ocasión los recuerdos no literarios que guardo con igual emoción en mi memoria. El reinado de Juan Carlos I pasará a la Historia como el periodo más trasformador y fecundo de la peripecia contemporánea de nuestro país. La travesía de la dictadura a la democracia sin traumas ni rupturas contó con el mejor timonel.