Carlos Murciano ha cumplido
más de ochenta años y ha publicado más de ochenta libros. Además de como poeta
destaca como ensayista, autor de cuentos, traductor, musicólogo, crítico de
arte y crítico literario. En todos estos campos ha cosechado reconocimientos. Doy
la razón a Víctor Hugo: “Un poeta es un mundo encerrado en un hombre” y sigo a
Lorca: “Todas las cosas tienen su misterio, y la poesía es el misterio que
tienen todas las cosas”. La lectura es el gozo de ese misterio que late en cada libro y que el
autor comparte con el lector que lo desentraña a su manera desde la
complicidad.
Transcurridos ya
sesenta años desde la primera entrega poética de Murciano, “El alma repartida”,
de 1954, acaba de aparecer “Amatorio 2”, libro que es complemento y suma, no
segunda parte, de “Amatorio”, de 2010. Los dos poemarios reúnen un centenar de
notables sonetos.
En el “Diccionario
Biográfico Español” de la Real Academia de la Historia se considera a nuestro poeta como “el mejor
sonetista actual vivo”, juicio que comparte Leopoldo de Luís: “Carlos Murciano
no es un sonetista: es el soneto de la segunda mitad del siglo xx” y también
José García Nieto: “en el soneto se encuentra como pocos”. El Murciano
sonetista atesora una maestría sostenida, una forma elegante y medida y un
mensaje profundo y eficaz, que además consigue comúnmente un aire renovador y
mágico. A él y a García Nieto les debo antes que a nadie mi afán poético en
tiempos balbucientes y mi gusto por el soneto, el gótico de la poesía, en el
que ambos son, sin discusión, maestros.
El poeta acierta
también en el verso libre, en el versículo y en exploraciones novedosas en la
forma, sin eludir el riesgo, que enriquecen su obra. Es una de las voces más
interesantes de la poesía española de los últimos sesenta años, a menudo
intimista y siempre abierta; responde a registros diversos, con un dominio
verbal y una calidad técnica destacados por la crítica y que ha recibido
relevantes y numerosos reconocimientos, entre ellos el Premio Nacional de
Poesía por “Este claro silencio” y el Premio Internacional Atlántida por el
conjunto de su obra.
Carlos Murciano es un
creador, como le ocurría a su tan amigo Santiago Castelo, que no ha abandonado
nunca el camino de su voz propia, y acaso por ello, por mantenerse lejos de las
mieles del canon que tanto ordena y condiciona, no rodea a su obra el aplauso
general que objetivamente merece. Los palmeros se mueven por otros impulsos. Murciano
es un ejemplo de fidelidad a sí mismo, a su personal canto, a su trayectoria clara.
Conocí al poeta hace
medio siglo en el mismo lugar en donde trabaja ahora, en donde escribe con su
letra menuda, inalterable en el tiempo. Un rincón lleno de libros y de
recuerdos, con un dibujo original de Juan Ramón niño y diplomas de tantos
premios y distinciones en las paredes, ante un ventanal sobre el parque en el
que juega la chiquillería ruidosa. No es un poeta de pasarela sino de
escritorio. En Madrid tanto como en El Puerto o en su Arcos natal ha construido
y construye laboriosamente, con mimo, una obra rigurosa sin concesiones a la
moda y sólo comprometida con la autenticidad y la coherencia.
Su firma ha aparecido
frecuentemente en los periódicos. Colaborador de ABC durante cincuenta años, el
diario le encargó a finales de los años sesenta una corresponsalía de
residencia inconcreta y título mágico: corresponsal en el mundo de los Ovnis, que
lo llevó a recorrer países y a entrevistar a investigadores y testigos de un
fenómeno apasionante. Recogió sus crónicas en el libro “Algo flota sobre el
mundo”, publicado en 1969.
Carlos Murciano fue
candidato en 1996 a ocupar plaza en la Real Academia Española. Hace años, cuando
preparaba una edición de “Memorias de un desmemoriado” encontré detalles sobre
el fracaso de Galdós que entró en la Academia al segundo intento; en el primero fue derrotado por Francisco
Commelerán que no ha resultado inmortal pero que ganó la votación. Las
ausencias en la añeja institución han sido sorprendentes y notorias. Tan
notorias y tan sorprendentes como algunas presencias.
No entraron en la
Academia ni Juan Ramón Jiménez, ni Valle-Inclán, ni Ramón Gómez de la Serna, ni
Gabriel Celaya, ni Blas de Otero, ni Umbral que lo intentó sin éxito en 1990, por
citar algunas ausencias chocantes. José García Nieto tuvo que esperar
demasiado; ingresó cuando rondaba los setenta años. Carlos Murciano debería
estar en la Academia desde hace mucho tiempo.
Una larga e intensa vida
de poeta. El tiempo es la poesía. Walt Whitman dejó escrito: “un gran poema no
es el fin para un hombre sino más bien el principio”. Carlos Murciano se inicia
a sí mismo cuando escribe el primer endecasílabo de cada uno de sus hermosos sonetos.
Por ejemplo los que forman “Amatorio 2” que ahora gozan sus lectores.