jueves, 25 de junio de 2015

Carlos Murciano: Poeta magistral y coherente

Carlos Murciano ha cumplido más de ochenta años y ha publicado más de ochenta libros. Además de como poeta destaca como ensayista, autor de cuentos, traductor, musicólogo, crítico de arte y crítico literario. En todos estos campos ha cosechado reconocimientos. Doy la razón a Víctor Hugo: “Un poeta es un mundo encerrado en un hombre” y sigo a Lorca: “Todas las cosas tienen su misterio, y la poesía es el misterio que tienen todas las cosas”. La lectura es el gozo de ese  misterio que late en cada libro y que el autor comparte con el lector que lo desentraña a su manera desde la complicidad.
 
Transcurridos ya sesenta años desde la primera entrega poética de Murciano, “El alma repartida”, de 1954, acaba de aparecer “Amatorio 2”, libro que es complemento y suma, no segunda parte, de “Amatorio”, de 2010. Los dos poemarios reúnen un centenar de notables sonetos.

En el “Diccionario Biográfico Español” de la Real Academia de la Historia se  considera a nuestro poeta como “el mejor sonetista actual vivo”, juicio que comparte Leopoldo de Luís: “Carlos Murciano no es un sonetista: es el soneto de la segunda mitad del siglo xx” y también José García Nieto: “en el soneto se encuentra como pocos”. El Murciano sonetista atesora una maestría sostenida, una forma elegante y medida y un mensaje profundo y eficaz, que además consigue comúnmente un aire renovador y mágico. A él y a García Nieto les debo antes que a nadie mi afán poético en tiempos balbucientes y mi gusto por el soneto, el gótico de la poesía, en el que ambos son, sin discusión, maestros.
 
El poeta acierta también en el verso libre, en el versículo y en exploraciones novedosas en la forma, sin eludir el riesgo, que enriquecen su obra. Es una de las voces más interesantes de la poesía española de los últimos sesenta años, a menudo intimista y siempre abierta; responde a registros diversos, con un dominio verbal y una calidad técnica destacados por la crítica y que ha recibido relevantes y numerosos reconocimientos, entre ellos el Premio Nacional de Poesía por “Este claro silencio” y el Premio Internacional Atlántida por el conjunto de su obra.
 
Carlos Murciano es un creador, como le ocurría a su tan amigo Santiago Castelo, que no ha abandonado nunca el camino de su voz propia, y acaso por ello, por mantenerse lejos de las mieles del canon que tanto ordena y condiciona, no rodea a su obra el aplauso general que objetivamente merece. Los palmeros se mueven por otros impulsos. Murciano es un ejemplo de fidelidad a sí mismo, a su personal canto, a su trayectoria clara.
 
Conocí al poeta hace medio siglo en el mismo lugar en donde trabaja ahora, en donde escribe con su letra menuda, inalterable en el tiempo. Un rincón lleno de libros y de recuerdos, con un dibujo original de Juan Ramón niño y diplomas de tantos premios y distinciones en las paredes, ante un ventanal sobre el parque en el que juega la chiquillería ruidosa. No es un poeta de pasarela sino de escritorio. En Madrid tanto como en El Puerto o en su Arcos natal ha construido y construye laboriosamente, con mimo, una obra rigurosa sin concesiones a la moda y sólo comprometida con la autenticidad y la coherencia.
 
Su firma ha aparecido frecuentemente en los periódicos. Colaborador de ABC durante cincuenta años, el diario le encargó a finales de los años sesenta una corresponsalía de residencia inconcreta y título mágico: corresponsal en el mundo de los Ovnis, que lo llevó a recorrer países y a entrevistar a investigadores y testigos de un fenómeno apasionante. Recogió sus crónicas en el libro “Algo flota sobre el mundo”, publicado en 1969.
 
Carlos Murciano fue candidato en 1996 a ocupar plaza en la Real Academia Española. Hace años, cuando preparaba una edición de “Memorias de un desmemoriado” encontré detalles sobre el fracaso de Galdós que entró en la Academia al segundo intento; en el  primero fue derrotado por Francisco Commelerán que no ha resultado inmortal pero que ganó la votación. Las ausencias en la añeja institución han sido sorprendentes y notorias. Tan notorias y tan sorprendentes como algunas presencias.
 
No entraron en la Academia ni Juan Ramón Jiménez, ni Valle-Inclán, ni Ramón Gómez de la Serna, ni Gabriel Celaya, ni Blas de Otero, ni Umbral que lo intentó sin éxito en 1990, por citar algunas ausencias chocantes. José García Nieto tuvo que esperar demasiado; ingresó cuando rondaba los setenta años. Carlos Murciano debería estar en la Academia desde hace mucho tiempo.
 
Una larga e intensa vida de poeta. El tiempo es la poesía. Walt Whitman dejó escrito: “un gran poema no es el fin para un hombre sino más bien el principio”. Carlos Murciano se inicia a sí mismo cuando escribe el primer endecasílabo de cada uno de sus hermosos sonetos. Por ejemplo los que forman “Amatorio 2” que ahora gozan sus lectores.