Me propongo dedicar
algunas entradas del blog a mi admirado Josep Pla, probablemente el escritor
más significado de la literatura
catalana del siglo XX, cuya obra está traducida enteramente al castellano,
cuando no escrita inicialmente en este idioma. Es conocida la consideración de
que Jorge Luis Borges no es sólo un escritor sino que él mismo es toda una
literatura. Podríamos pensar algo parecido del escritor ampurdanés sin apurar
las coincidencias entre los dos personajes y sus obras que son inexistentes.
Podríamos considerar a Pla “toda una
literatura” no sólo por las treinta mil páginas que conforman los cuarenta y
cinco volúmenes de sus “Obras Completas”,
sino porque Pla permanece y vence al tiempo y porque su vida misma se
hizo literatura, sigue siendo literatura y él cada día vivía en escritor del
amanecer al ocaso.
Desde sus primeros
trabajos en “Las Noticias”, humildes gacetillas, a sus obras más cuajadas
-pienso en “Viaje a Cataluña”, en “Coses vistes”, en “Viaje en autobús”, en “Un
señor de Barcelona” y, cómo no, en “El cuaderno gris”, que además de obra
madura y joven al tiempo es el pespunte de sus días- Pla hace de su vida literatura y de su literatura
vida. Escribe: “Yo he vivido muy poco. He vivido la literatura. La vida es más
complicada que la literatura”.
La prueba más temprana
de esta conjunción vida-literatura en Pla es acaso el compromiso consigo mismo
a través del memorialismo. Se trata de emprender el conocimiento del hombre a
través de lo concreto. El mismo día que alcanza la mayoría de edad, entonces
los veintiún años, comienza sus dietarios, sus apuntes personalísimos, en los
que con una maestría insólita a su edad describe con minuciosidad e
inteligencia las cosas que le ocurren, sus reflexiones, aderezado todo con esas
dotes de observador y esa precisión plástica al trasladar lo que observa al lector que ya no le abandonaría
nunca en su trayectoria literaria. Comienza entonces “El cuaderno gris”. “Mi forma de escribir es sencilla, llana, directa,
inteligible para la gente sencilla”, dejó dicho. Y añadió: “Sólo he tratado de
poner los adjetivos más precisos y claros detrás de los sustantivos”.
Muy joven me interesó
un juicio de Camus sobre las formas de escribir: “Los que escriben con claridad
tienen lectores; los que escriben oscuramente tienen comentaristas”. Coincide
con la consideración de Pla sobre su estilo: sencillo, llano, directo,
inteligible para la gente sencilla.
En las viejas
reflexiones de Pla, y vuelvo a “El cuaderno gris”, se encuentran a veces
diagnósticos que no han caducado. Escribe, por ejemplo: “Ahora, cuando pienso
en la gente del país, tomando persona a persona, sospecho que las ideas de mis
amigos tienen poco porvenir. En este país se prefiere lo sucio conocido que lo
limpio por conocer. Esta es tierra de desconfiados -de desconfiados
ancestrales-, de retorcidos, de personas convencidas de que aquí se puede hacer
todo a base de adoptar el aire del campanero cuando pasa a cobrar las sillas de
la iglesia”. Y yo me pregunto, desde esta reflexión de Pla: ¿Quién no ha
atisbado a su alrededor alguno de estos campaneros de ocasión, de estos que
prefieren lo sucio conocido que lo limpio por conocer?
Es una delicia para un
lector avezado acercarse al Pla periodista, al Pla corresponsal en Madrid, y,
singularmente, el Pla cronista parlamentario que vivió el alumbramiento de la
Segunda República y siguió sus pasos hasta las sonadas vísperas de la
festividad de San Camilo de 1936, el
trágico 18 de julio.
Una deformación
confesa: mi condición de periodista, el hecho de haber sido yo cronista
parlamentario también en una etapa de construcción de algo nuevo, y haber
decidido un día pasar de la fila cero al escenario, es decir del periodismo a
un escaño parlamentario, habrán sido, supongo yo, algunos de los motivos por
los que he seguido con especial atención esta etapa en la vida y en la obra de
Josep Pla, que por cierto también hizo sus pinitos políticos, si bien breves,
ya que en 1921 fue elegido Diputado de la Mancomunidad de Cataluña, antecedente
del Parlamento de Cataluña, por el distrito de La Bisbal en las listas de la
Lliga Regionalista.
Además, ahora que se
tiende a reescribir la Historia, como si por la Historia pudiese pasarse
impunemente una goma de borrar, no resulta obvio recordar la visión sobre la
Segunda República que reflejó en sus crónicas el que ya entonces era
considerado uno de los más inteligentes y avisados periodistas españoles. No
resulta falto de interés, sino todo lo contrario, echar un vistazo a aquellos
pocos años de la Segunda República en la visión de uno de los más agudos
observadores de aquel tiempo, con una prosa directa, rica pero no opulenta,
jugosa e irónica. La ironía es uno de los grandes valores de la literatura de
Pla desde sus primeras colaboraciones en la prensa de su tierra ampurdanesa,
siendo un jovencísimo estudiante de Derecho, hasta sus últimas páginas, ya
nonagenario.
Otro de los valores más
destacables de la obra de Pla es la sencillez, su escaso artificio formal, la
preocupación del escritor por ser accesible. En cuanto a la sencillez, al
lenguaje directo, al carácter inteligible, la prosa de Pla es cercana a la de
Pío Baroja, un escritor al que Pla admira. Escribe de él que es una de las
escasísimas personas en Madrid con las que le encanta hablar y al que le gusta escuchar. Baroja, sin
embargo, no consigue, y no busca, la ironía. El vasco es un solitario, como el
ampurdanés, puede que misógino como su colega, y se siente a gusto en las
tertulias pero incómodo en la vida social. ¿Timidez? No sé. Se dice que Baroja
no era simpático, ni trataba de serlo, mientras Pla dedica una crónica a
valorar la simpatía como llave que abre las puertas de la sociedad madrileña
y reconoce en sí mismo el aderezo de “una cierta simpatía”.
Pero no me atrevería a asegurar que esa mirada suya ante el espejo sea
demasiado real.
Reiteradamente, y
recuerdo una opinión suya de finales de los años setenta, ya con casi ochenta
años a cuestas, Pla se definió como
periodista más que como escritor. “Yo, en definitiva, sólo he hecho
periodismo”, dijo. Y, probablemente, se consideró sobre todo periodista. Lo fue
en las diversas funciones del oficio. Muy joven, en “Las Noticias” cubrió
información de calle, llevó la sección de Tribunales y cuando se encargó de
Sucesos recordaba haber seguido a los
coches de bomberos camino de los incendios. Al tiempo escribía en publicaciones
de su tierra, Gerona, como “L’Instant”, “L’Opinió”, o “Baix Empordá”.
Se hizo socio del
Ateneo barcelonés, institución de prestigio, porque no podía pagarse los libros
que quería leer y su cuota de ateneísta le permitía devorar las estanterías de
la jugosa biblioteca. Asistía a tertulias literarias, conoció a Eugenio d’Ors,
que tanto le influyó, aunque la relación no acabó bien, y pronto se hizo un
cierto nombre, hasta el punto de que el director de “La Publicidad” le ofreció
la corresponsalía del periódico en París. Corría 1919, la resaca de la entonces
llamada Gran Guerra. Durante los siguientes ocho años -con una estancia en
Madrid en 1921- Pla ocupó destinos profesionales como periodista en Berlín,
Roma, Atenas, Londres, Lisboa y Estocolmo, además de viajar por el resto de
Europa.
En 1928 Pla cambia de
equipo. Pasa de “La Publicidad” -que había transformado su título en “La Publicitat” y se escribía en
catalán- a “La Veu de Catalunya”, iniciando una
relación profesional con este diario, que le enviaría a Madrid como
cronista durante la Segunda República. Su última etapa como periodista
transcurre en “Destino”: desde 1939 hasta la desaparición del semanario en
1975. En “Destino” publicó Pla más de dos mil artículos.
Las opiniones de Josep
Pla sobre el periodismo salpican algunas páginas de su obra de memorialista.
Escribe, por ejemplo: “Cuando yo era muy joven y empecé a ejercer la profesión
de periodista se decía de esta curiosa actividad, en los medios más o menos
intelectuales, que lo más importante del periodismo era saber salirse a tiempo
(...) Yo me he limitado a repetir la frase y a no dejar nunca de escribir, cosa
que hace más de sesenta años que hago”. También opina: “El periodismo tiene una
cosa buena: abre un campo vastísimo a la observación y provoca contactos
humanos muy variados, alguna vez llenos de interés”.
Otro juicio de Pla
sobre su oficio a uno le resulta gélido y desolador: “El periodismo ejercido de
buena fe, es un oficio sanguinario. Lo es de modo seguro. El periodismo se ha
de tomar como es el mundo, es decir, con aquel punto de conformidad irónica e
inconformista necesaria que exige la permanente y eterna tontería humana. El periodista
que trata de ver las cosas humanas a través del optimismo o del pesimismo está
perdido. Nunca debe engañarse. Ha de dejar de lado todas sus emociones y
sensaciones, ha de ver el mundo como una lucha de arañas y moscas”.
En su colección de
crónicas sobre el advenimiento de la República, señala Pla: “El periodismo, por
lo menos, llena la vida mental de la gente cultivada del país” Y ya cerca de
los ochenta años, señala: “Las noticias eran antes más verdad que las de hoy.
Los periódicos eran muy correctos”.
Resulta curioso que la
frase sobre la conveniencia de salir a tiempo del periodismo, atribuida a
Chateaubriand, entre otros, se haya repetido a menudo y se haya hecho cierta en
la trayectoria de no pocos escritores. Ejemplos, dos Premios Nobel. Hemingway,
que dejó el periodismo a tiempo de consolidar su obra literaria. Y José
Saramago, que ejerció durante años el oficio de periodista antes de alcanzar
éxito en la novela. Y, más cerca, Arturo Pérez Reverte, académico y celebrado
novelista. Todo hay que decirlo: Bismarck fue más duro que Chateaubriand
respecto al oficio de periodista. Dijo que los periodistas eran gente que había
equivocado la carrera. Bismarck seguro que no equivocó la suya. Le llamaron “el
Canciller de Hierro”.
Como anota Valentí Puig
en la primera línea de su prólogo al grueso libro que contiene casi todas las
crónicas de Pla publicadas de 1931 a 1936, el periodo de la República: “el
periodismo es esa vieja profesión que ha logrado la supervivencia de muchos
escritores y que ha destruido a otros tantos”. Pla traslada sus materiales
periodísticos al libro, una vez reelaborados los textos, y si excluimos su obra
narrativa y parte de sus dietarios, toda la obra del escritor ampurdanés es
periodística. Un periodismo directo y bello, rico en metáforas, sorprendente a
menudo, lleno de destellos y hallazgos.
Las crónicas de Pla
nada tienen que ver con las de otros gigantes del periodismo literario que han
llegado a nosotros, que uno ha conocido y antes ha admirado, como podrían ser
Oriana Fallaci o Indro Montanelli. La Fallaci era también irónica, llena de
intención, pero le faltaba grandeza. Montanelli tenía una ironía de freno y
marcha atrás, maniatada, y era más hiperbólico, más florentino en las mañas. Y
acaso sea momento de anotar que una de las admiraciones clásicas de Pla era
Maquiavelo, el secretario florentino. Y otra admiración suya era Montaigne.
Naturalmente por motivos bien distintos.
En una próxima entrega
sobre Pla recogeré una breve antología de sus pensamientos, aforismos y juicios sobre esto
y aquello. Pla en estado puro.