miércoles, 20 de noviembre de 2013

Galdós: oscuridades y oportunismos

Estudié con dedicación y mimo a Benito Pérez Galdós cuando preparaba una edición de sus “Memorias de un desmemoriado” para la editorial Visor (2004). Entonces me sorprendió lo poco que se sabía de él más allá de su vida literaria. Galdós, uno de los grandes escritores en castellano, alcanzó enorme éxito en vida. No ha dejado de ser un escritor leído; no ha padecido ningún eclipse. Sobre Galdós se han escrito cerros de páginas y aún andamos perdidos en las nieblas de su existencia. Junto a esa oscuridad es relevante su oportunismo político. Cuidó tenazmente de que nadie entrase en su castillo interior y mantuvo siempre la defensa de sus sombras. Todos los intentos de penetrar esas sombras  chocaron con sus silencios. Además se dejó querer por varios partidos políticos y no le faltó ocasión de mostrar su afecto a quienes había considerado públicamente como adversarios para conseguir favores o apoyo a alguna obra teatral con poco éxito.

Una de las evidencias de estos silencios galdosianos la vivió Leopoldo Alas cuando preparaba su temprana biografía en 1889. Intentó conseguir noticias de su vida, datos, fechas... Chocó con la pared de un Galdós cerrado y silencioso; nada colaborador en la amable tarea de su amigo: “Después de larga y amabilísima correspondencia vinimos a parar en que Galdós no sabía a punto fijo lo que eran datos, lo que se le pedía… Cuenta historias pero no cuenta la suya”.


El crítico José F. Montesinos, autor de una apreciable obra sobre Galdós en tres volúmenes (1968), atribuye ese caparazón de Galdós a la timidez: “Todo contribuyó a que no sepamos hoy nada de lo que nos interesaría saber”. Y, entre sus contemporáneos, Eugenio d'Ors escribía en 1907: “Nada de ti sabemos, Galdós misterioso”. El doctor Gregorio Marañón, que le conoció muy bien, le define en su “Amiel” (1933): “hombre superviril y mujeriego, aunque tímido con las mujeres”.

Galdós mantuvo en su vida esa esfera oculta, y muy cuidadosamente respecto a  alguna de sus relaciones amorosas, aunque no tanto sobre su larga intimidad con mi parienta Emilia Pardo Bazán, como se desprende de la correspondencia entre los amantes. Nos han llegado treinta y dos cartas de la condesa a Galdós que sorprendentemente él, tan sigiloso, no destruyó, en las que se planifican al detalle los engranajes cautelosos para preservar ese secreto, actitud lógica en su tiempo para los amores entre una mujer casada que brillaba en la sociedad y un ya famoso novelista. Llegamos a Galdós a través de las creaciones magníficas de sus criaturas literarias, pero llegar al interior del autor  resultó una difícil misión para sus contemporáneos, y los intentos más conseguidos fueron  posteriores a su muerte. Desde aquella biografía de Berkowitz (1948), uno de los  intentos más  interesantes pero sólo  conseguido parcialmente, el más completo y riguroso trabajo destinado a rasgar, en lo posible, las sombras biográficas de Galdós es hasta la fecha la “Vida de Galdós” (1996) de Pedro Ortiz Armengol, un galdosiano impenitente.

Viajó a Madrid en 1862 para estudiar Derecho, y pronto se inició como escritor; llenaba cuartillas y soñaba con triunfar en el teatro. Frecuentó más las redacciones de los combativos periódicos de aquella época convulsa que la Facultad, y asistió a las tertulias del “Café Universal” en donde eran celebradas sus pajaritas y monigotes de papel, que colocaba en hilera sobre el mármol de su mesa, y querían representar a las muchachas del amor mercenario que pululaban entre los clientes del café. Al joven Galdós le apodaban los habituales “el chico de las putas”.

Junto a las sombras de su vida, otra característica de Galdós fue su oportunismo político. Se inició como amadeísta. Cuando se instauró la Primera República se encerró en su casa aquellos meses republicanos  a escribir volúmenes de sus “Episodios Nacionales”, acaso para hacer olvidar su colaboración con el Rey Saboya. Luego fue respetuoso con la solución dinástica traída por Cánovas, y pronto, por influencia de sus amigos, se aproximó al Partido Liberal. En 1886, ya como liberal, Sagasta le llevó al Congreso como diputado por Guayama (Puerto Rico). No hay que decir que Galdós nunca pisó su distrito electoral antillano. No intervino en las sesiones del Congreso. En aquel periodo se iniciaron sus “reservas antidinásticas".

El novelista era entonces un liberal no radical que admitía la dinastía borbónica. Simpatizaba ya con el republicanismo de Castelar pero era respetuoso con la Reina Regente María Cristina. En 1893 es recibido por la destronada Isabel II en su residencia del parisino Palacio de Castilla. En 1906 Alfonso XIII da un giro a la Monarquía, y Galdós considera que debe volver a la política, y con el regreso al poder de su antiguo amigo y correligionario Maura, en enero de 1907, el escritor se acerca al Partido Republicano, y en las elecciones del 21 de abril gana un escaño de diputado republicano por Madrid. El liberal moderado se radicaliza.

El 28 de agosto de 1909 Galdós ataca duramente a Maura, su antiguo amigo a quien debía tanto. Ese año se configura la Conjunción Republicano-Socialista encabezada por Pablo Iglesias (socialista) y Galdós (republicano). Son los días del “¡Maura, no!”. Sólo cuatro años antes, en 1905, Galdós había deseado a Maura “larguísima estancia ministerial” en una cariñosa carta, agradeciéndole un favor. La carta se iniciaba: “mi querido amigo y maestro” e incluía la frase “así se administra y así se gobierna”.

En las elecciones del 8 de mayo de 1910 Galdós abre la lista de la Conjunción  Republicano-Socialista por Madrid, y consigue escaño. Galdós declara: “Con Pablo Iglesias entra en el Congreso el espíritu de solidaridad internacional”. Lejos quedaba su artículo en “La Prensa” de  Buenos Aires, el 30 de diciembre de 1886, en el que llama a Pablo Iglesias “el gallito de los obreros ilustrados” tildándole de disparatado, infantil y perfecto burgués.

En junio de 1910, ataca gravemente al Partido Republicano, que era su Partido, el que le había llevado al Congreso en las recientes elecciones. “Esto es insoportable. Esto es nauseabundo. Este partido está pudriéndose”. Pero de momento no cambia su adscripción política.

Al cabo de dos años, en 1912, Galdós se incorpora al Partido Reformista, una escisión de los republicanos que lidera Melquíades Álvarez, con la mirada puesta ya en un acercamiento a Alfonso XIII. Galdós  abandona la Conjunción Republicano-Socialista en 1913. Se abre el año de 1914 con otra pirueta galdosiana. El escritor, cortejado por el hábil Romanones, acepta encantado que los Reyes asistan en el Teatro Español a una representación de su obra “Celia en los infiernos” que estaba teniendo poco éxito. La asistencia regia a la representación se produce el 7 de enero. Concurren al teatro, además de los Reyes, el presidente del Gobierno, Eduardo Dato, y varios ministros. Alfonso XIII y la Reina Victoria Eugenia felicitaron a Galdós en el Palco Real. La prensa del día siguiente recoge declaraciones del escritor. Galdós se retiró aquella noche del teatro “lleno de entusiasmo por la inteligencia extraordinaria que en pocos minutos había sorprendido en el joven soberano”. La pirueta galdosiana supuso un aumento de espectadores para su obra.

Sin cumplirse dos meses de aquel  baño de “monarquismo teatral” de enero de 1914, ni dos años de su adhesión a la escisión de los reformistas, en marzo de 1914 Galdós da otra sorpresa al figurar en la candidatura republicana por Las Palmas para las elecciones del mes de mayo. Y consigue un acta de diputado por cuarta -y última- vez.

Cuando murió, en 1920, “El Socialista”, órgano de sus antiguos aliados, destacó: “Ayer murió Galdós; murió lo poco que de él quedaba (...) Hace tiempo que realmente había dejado de existir el verdadero Galdós”. Baroja, al que no cayó simpático nunca, escribió años después: “Era indudablemente un novelista hábil y fecundo, pero no un gran hombre. No había en él la más ligera posibilidad de heroísmo. Nadie tiene la culpa de eso: ni los demás, ni él”. Unamuno había escrito que Galdós estaba "peor que muerto".

Oscurantismo vital y oportunismo político, dos curiosas características de un gran escritor conocido sólo en la medida en que él quiso. Ya he recordado el tituló de su libro de Memorias: “Memorias de un desmemoriado”. Olvidó lo que le convino.