Anaïs Nin es la primera
mujer occidental que escribe y publica literatura erótica. Su vida llena tres
cuartas partes del siglo XX. Nació en
1903 y murió en 1977. En ese paréntesis se enmarcan los aconteceres de una vida
que en su momento rodearon su nombre de escándalo en una sociedad hipócrita, y se
alienta una obra no menos escandalosa. Su verdadero nombre era Ángela Anaïs
Juana Antolina Rosa Edelmira Nin, nacida en Neuilly-sur-Seine, Francia, hija de
padres cubano-españoles que tomó la nacionalidad estadounidense y vivió y
trabajó en París, Nueva York y Los Ángeles.
Tomó
tempranamente la decisión de ser escritora, a los once años, cuando su padre
abandonó a la familia. Padre e hija no se volverían a encontrar hasta veinte
años después. Es en aquel grave choque emocional de la abrupta ausencia voluntaria
del padre cuando comienza a escribir sus célebres “Diarios” que continuaría
escribiendo durante décadas y en cuyas páginas nos cuenta tanto su vida, con
detalles no pocas veces escandalosos, como las circunstancias del tiempo que le
tocó vivir. Se casó a los 19 años en La
Habana con el banquero Hugh Guiler con
el que se trasladó a París y luego a
Nueva York y a Los Ángeles, pero pronto se sintió aburrida de una vida cómoda,
leyó a D.H, Lawrence que tanto le influyó, y se dedicó a escribir como
profesión.
La publicación de las
primeras entregas de estas muestras de memorialismo inteligente que son sus
“Diarios” supuso para Anaïs una inmediata notoriedad literaria. Antes, en 1930,
había publicado un ensayo sobre D.H. Lawrence, alrededor de “El amante de Lady
Chatterley”; en 1936 “La casa del incesto”; en 1939 “Invierno de artificio”; en
1944 “Bajo una campana de cristal”; en 1947 “Hijos del albatros”; en 1954 “Una
espía en la casa del amor” y en 1959 los cinco tomos de “Ciudades de
interior".
Anaïs se enroló en una
vanguardia literaria que colocó a la Francia de la época en una posición
rompedora respecto a las literaturas europea y norteamericana. Además, los
escándalos que generaba su obra no eran menores que los que producía su propia
biografía que ella misma se encargaba de aventar. En sus “Diarios” cuenta su
relación con personajes importantes del arte, la literatura y la psicología,
como Henry Miller, Antonin Artaud, Otto Rank, Edmund Wilson, Gore Vidal, James
Agee y Lawrence Durrell. Su amistad con Henry Miller, fundamental en su vida y
en su obra, se inició en 1931 y al poco se convirtieron en amantes.
Paralelamente, Anaïs se inició en el voyerismo y el lesbianismo con June, la
esposa de Miller.
Siguen las confesiones
escandalosas de sus “Diarios”. Veinte años después del abandono paterno, Anaïs
se reencuentra con su padre, y según cuenta mantienen una apasionada relación
incestuosa que su hermano niega cuando los “Diarios” se publican pero que la
autora nunca rectificó. Es inevitable recordar el título de una novela de Anaïs
ya citada: “La casa del incesto”. Al tiempo, la escritora se convierte en
editora de sus propios libros y los de sus amigos en una imprenta artesanal que
monta en una buhardilla neoyorkina de Mcdougal Street, en Greenwich Village.
Allí se imprime, entre otras obras, “La casa del incesto” y “Bajo una campana
de cristal”.
Otro escándalo, con amplia
huella en las partes de sus “Diarios” publicadas póstumamente, durante mucho
tiempo fue un secreto a voces: en 1955 se casa con Rupert Pole, sin haberse
divorciado de Hugh Guiler. Se convierte en bígama. Durante muchos años mantiene
una doble vida. Convive en California con Pole y con Guiler en Nueva York,
dividiendo su tiempo y alternando las estancias entre la modesta casa
californiana y la lujosa mansión neoyorkina. El primer marido, que no supo que había un segundo
matrimonio ya que Anaïs nunca se divorció, toleraba las relaciones de su mujer,
incluso la que mantenía con Pole, recibiendo la gratitud de Anaïs por su
comprensión y por sus dólares que le permitían sostener la parte de su doble
vida que transcurría en California.
Sólo en 1966, cuando
alcanzó notoriedad con los primeros volúmenes editados de sus “Diarios” y temió
que se hiciera pública su condición de bígama, Anaïs anuló el matrimonio con
Pole, pero continuó con su alternancia entre Nueva York y California. Al final
de su vida, ya avanzado el cáncer que la mataría, a mediados de los años 70, decidió
quedarse a vivir a tiempo completo en Sierra Madre, el rincón californiano en el
que durante años había transcurrido su historia amorosa con Pole.
Junto a sus “Diarios”,
las colecciones de relatos eróticos, a veces pornográficos, “Delta de Venus” y
“Pájaros de fuego”, completan las más brillantes páginas de Anaïs Nin. Estos
relatos, con otros debidos a Henry Miller, comenzaron a escribirse en la década
de los 40 por encargo de un coleccionista cuyo nombre aún sigue siendo un
misterio. El desconocido erotómano pagaba a Anaïs y a Miller un dólar por folio
entregado. La escritora se negó durante mucho tiempo a que se publicasen, pero
a principio de los años 70 autorizó estas dos recopilaciones que han
contribuido a que la crítica reconozca a su autora como una de las más notables
escritoras de la literatura erótica que hasta ella había tenido escasas cultivadoras
y de irrelevante calidad.
En España contamos con
el antecedente de Emilia Pardo Bazán, sin que pueda considerársela una escritora
erótica en estricto sentido, aunque en no pocas novelas siguió un naturalismo extremo
que abrió heridas en la hipocresía de su época. La vida de Pardo Bazán también
fue escandalosa para ciertos timoratos: casada muy joven, amante de Benito
Pérez Galdós durante más de veinte años, optó por la separación de su marido
cuando éste le exigió que eligiese entre él o la literatura tras la publicación
de su polémica obra “La cuestión palpitante”, de 1883. Engañó a Galdós con
apuestos talentos de la época bastante más jóvenes que ella, como el financiero
y coleccionista de arte José Lázaro Galdiano y el escritor catalán Narcís Oller
con el que Galdós mantuvo una interesante polémica literaria en cartas en las
que se adivina un grave ataque de cuernos del escritor canario. Pardo Bazán no
ocultaba a Galdós sus relaciones sexuales discontinuas pero siempre consiguió
el perdón del amante a aquellos deslices. Está considerada una feminista avant la lettre.
La aportación de Anaïs Nin a la literatura erótica no
sólo se enmarca en su valor como escritora sino que, además, inaugura una
consideración novedosa de la sexualidad de la mujer en unas páginas escritas
por una mujer, camino iniciado por D.H. Lawrence en la literatura erótica
escrita por hombres. En “Delta de Venus” y en “Pájaros de fuego” la sensualidad
femenina no es pasiva, su papel es protagonista, incluso dominante. Son páginas
a menudo crudas pero yo destaco su indudable ternura, podría decirse que su
inocencia nacida de la naturalidad; no tiene artificio. Anaïs es, y no sólo por
ello, una feminista al modo en que el feminismo se entendió después de ella:
como la conquista por la mujer de la igualdad en todos los ingredientes que
conforman la vida. Entre ellos la sexualidad proclamada y sentida.