A alguien podría
parecerle tema controvertido para un blog. ¿Qué peso tiene Internet en el
presente y el futuro del libro? ¿Repercute en la literatura? Se abren ante el
futuro no pocos interrogantes. Vivimos la mayor revolución en la comunicación,
y por ende de la difusión de lo escrito, desde las prensas de Gutenberg en el
siglo XV.
Se habla de la
desaparición del libro en papel y su sustitución por el libro electrónico, que
avanza. Para no pocos la convivencia de ambos no será fácil. El mexicano Joge
Volpi, uno de los narradores más interesantes de la nueva generación
iberoamericana, sostiene que el libro electrónico supone “una transformación
radical de todas las prácticas asociadas con la lectura y la transmisión del
conocimiento” lo que, según él, “dará el mayor impulso a la democratización de
la cultura en los tiempos modernos”. En
su apuesta por el futuro de este formato, Volpi está convencido de que muy
pronto el e-book aparecerá “enriquecido ya no sólo con imágenes, sino con audio
y video”. Pero eso que resulte ¿será un libro?
El riesgo es la no
descartable sobredimensión de una
literatura baja, que desprecie la gramática, con una sintaxis caótica, apócopes
sin cuento, sin orden, convertida en un producto que en sí mismo supondría una
degradación del lenguaje. Precisamente el orden, las palabras con sentido, lo
que cualquier cursi -pero también un maestro como Azorín- llamaría “el estilo”,
sin estar encorsetado, desbordando los conceptos y su manera de expresarlos, conforman la literatura.
Si la predicción de
Volpi se cumpliese el libro electrónico no supondría sólo un cambio de
envoltorio, de continente, sino también, y sobre todo, un cambio de contenido.
Me angustia ese futuro anunciado. Coincido con Vargas Llosa: “Sospecho que
cuando los escritores escriban literatura virtual no escribirán de la misma
manera que han venido haciéndolo hasta ahora en pos de la materialización de
sus escritos en ese objeto concreto, táctil y durable que es (o nos parece ser)
el libro”. “Si se lee de forma diferente, como ya ocurre, se escribirá de forma
diferente”, sostiene mi amigo Fernando R. Lafuente, director de “ABC Cultural”.
Ya se escribe en Internet “de forma
diferente” y la cuestión es si eso beneficia o perjudica a la literatura en
particular y a la cultura en general.
Cuando se plantea la
muerte del libro impreso, o al menos su agonía, debemos ser conscientes de que
no estamos tratando de la muerte de un objeto más, como si hablásemos de una
cómoda vieja, de un sofá, de una rinconera que arrumbamos cuando se moderniza la decoración de un salón;
estamos hablando de una muerte más devastadora, abismal y metafísica: la
cultura escrita, la civilización en la que el libro un día fue alumbrado. En esos
e-book del futuro aparecerán palabras, se contarán historias pero, ya se ha
dicho, “de forma diferente”. ¿Qué se
llevaría por delante esa diferencia? ¿Cuál sería su botín de guerra, si es que
llegase a existir una guerra entre la pantalla y el papel?
Es cierto que los
textos escritos para la Red: literatura, crítica de arte, historia, incluso
poesía, pueden resultar más sueltos, más entretenidos, pero al tiempo podrían
ser más superficiales y pasajeros. Internet ha consagrado la actualidad, la
inmediatez como valor de culto, y la inmediatez es cabalmente lo contrario de
la reflexión, de la ponderación; en definitiva de la literatura.
Nicholas Carr, profesor
de literatura en la Universidad de Harward, publicó en 2011 un libro que
aconsejo: “Superficiales: ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes?”.
Carr se confiesa un adicto arrepentido al ordenador. Escribió extensamente
sobre nuevas tecnologías de la comunicación y se dio cuenta de que sus hábitos de lectura
habían cambiado, pero no sólo formal sino mentalmente. Había dejado de ser un
buen lector. Él lo cuenta así: “Pierdo el sosiego y el hilo, empiezo a pensar
qué otra cosa hacer. Me siento como si estuviese siempre arrastrando mi cerebro
descentrado de vuelta al texto. La lectura profunda que solía venir
naturalmente se ha convertido en un esfuerzo”.
El fenómeno de Internet
pone ante nosotros la información deseada con solo hacer clic con el ratón, y
nos ahorra el esfuerzo y el tiempo que suponía hace pocos años acudir a un
especialista, a un archivo o a una biblioteca. A este proceso mágico, que dura
sólo segundos, lo llama Umberto Eco “alfabetización distraída”. Nos vuelve dependientes,
perezosos y evasivos. Por eso no considero metafórico que se habla de
“inteligencia artificial”.
Esta pereza lectora ha
recibido ciertos avales intelectuales. El profesor Joe O’Shea, de la Universidad de Florida, afirma:
“Sentarse a leer un libro de cabo a rabo no tiene sentido. No es un buen uso de
mi tiempo ya que puedo tener toda la información que quiera con mayor rapidez a
través de la web. Cuando uno se vuelve un cazador experimentado en Internet,
los libros son superfluos”. El cataclismo lo denuncia en una corta frase
Khaterine Hayles, profesora de Literatura de la Universidad de Duke: “Ya no
puedo conseguir que mis alumnos lean un libro entero”.
¿Qué alumno leerá un
libro? ¿Para qué la concentración que supone la lectura? Acostumbrados a las
facilidades de Internet sobran la atención, la concentración, la paciencia, la
reflexión que demanda la lectura de una obra literaria que va más allá de
conocer el argumento, los personajes y lo que, en opinión de otros, supone esa concreta obra en la historia de la
Literatura.
Con Internet está
ocurriendo lo que en su momento ocurrió con la letra impresa. Se le otorga una
cierta infalibilidad. Nos creemos lo que nos llega en la pantalla. Pero la Red
está llena de errores, de opiniones extraviadas, de mentecatos, de maliciosos,
incluso de malvados. La mayor información no garantiza que lo ofrecido sea
veraz.
Obviamente no estoy en
contra de lo nuevo; al contrario. No voy
a caer en aquella ocurrencia del
ingenio de Borges en “El libro de arena” que consideraba a la imprenta “uno de
los peores males del hombre, ya que tendió a multiplicar hasta el vértigo
textos innecesarios”. Estoy con George Orwell que opinó que “el invento de la
imprenta facilitó mucho el manejo de la información”. No creo que haya textos
innecesarios, y en estas líneas sólo intento una reflexión sobre la
influencia de Internet y lo que este formidable medio de comunicación supone
para el libro y la literatura.
Vargas Llosa lo explica
con exageración y humor: "Cuanto más inteligente sea nuestro ordenador, más tontos seremos”.
El científico Van Nimwegen, en su estudio sobre la repercusión cerebral
del uso adictivo del ordenador, concluye que “reduce la capacidad de nuestros
cerebros para construir estructuras estables de conocimiento”. No soy pesimista, pero debemos reflexionar.