domingo, 9 de agosto de 2015

Libros, Literatura e Internet


A alguien podría parecerle tema controvertido para un blog. ¿Qué peso tiene Internet en el presente y el futuro del libro? ¿Repercute en la literatura? Se abren ante el futuro no pocos interrogantes. Vivimos la mayor revolución en la comunicación, y por ende de la difusión de lo escrito, desde las prensas de Gutenberg en el siglo XV.
Se habla de la desaparición del libro en papel y su sustitución por el libro electrónico, que avanza. Para no pocos la convivencia de ambos no será fácil. El mexicano Joge Volpi, uno de los narradores más interesantes de la nueva generación iberoamericana, sostiene que el libro electrónico supone “una transformación radical de todas las prácticas asociadas con la lectura y la transmisión del conocimiento” lo que, según él, “dará el mayor impulso a la democratización de la cultura en los tiempos modernos”.  En su apuesta por el futuro de este formato, Volpi está convencido de que muy pronto el e-book aparecerá “enriquecido ya no sólo con imágenes, sino con audio y video”. Pero eso que resulte ¿será un libro?


El riesgo es la no descartable sobredimensión  de una literatura baja, que desprecie la gramática, con una sintaxis caótica, apócopes sin cuento, sin orden, convertida en un producto que en sí mismo supondría una degradación del lenguaje. Precisamente el orden, las palabras con sentido, lo que cualquier cursi -pero también un maestro como Azorín- llamaría “el estilo”, sin estar encorsetado, desbordando los conceptos y su manera de expresarlos, conforman la literatura.

Si la predicción de Volpi se cumpliese el libro electrónico no supondría sólo un cambio de envoltorio, de continente, sino también, y sobre todo, un cambio de contenido. Me angustia ese futuro anunciado. Coincido con Vargas Llosa: “Sospecho que cuando los escritores escriban literatura virtual no escribirán de la misma manera que han venido haciéndolo hasta ahora en pos de la materialización de sus escritos en ese objeto concreto, táctil y durable que es (o nos parece ser) el libro”. “Si se lee de forma diferente, como ya ocurre, se escribirá de forma diferente”, sostiene mi amigo Fernando R. Lafuente, director de “ABC Cultural”.  Ya se escribe en Internet “de forma diferente” y la cuestión es si eso beneficia o perjudica a la literatura en particular y a la cultura en general.

Cuando se plantea la muerte del libro impreso, o al menos su agonía, debemos ser conscientes de que no estamos tratando de la muerte de un objeto más, como si hablásemos de una cómoda vieja, de un sofá, de una rinconera que arrumbamos  cuando se moderniza la decoración de un salón; estamos hablando de una muerte más devastadora, abismal y metafísica: la cultura escrita, la civilización en la que el libro un día fue alumbrado. En esos e-book del futuro aparecerán palabras, se contarán historias pero, ya se ha dicho,  “de forma diferente”. ¿Qué se llevaría por delante esa diferencia? ¿Cuál sería su botín de guerra, si es que llegase a existir una guerra entre la pantalla y el papel?

Es cierto que los textos escritos para la Red: literatura, crítica de arte, historia, incluso poesía, pueden resultar más sueltos, más entretenidos, pero al tiempo podrían ser más superficiales y pasajeros. Internet ha consagrado la actualidad, la inmediatez como valor de culto, y la inmediatez es cabalmente lo contrario de la reflexión, de la ponderación; en definitiva de la literatura.

Nicholas Carr, profesor de literatura en la Universidad de Harward, publicó en 2011 un libro que aconsejo: “Superficiales: ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes?”. Carr se confiesa un adicto arrepentido al ordenador. Escribió extensamente sobre nuevas tecnologías de la comunicación  y se dio cuenta de que sus hábitos de lectura habían cambiado, pero no sólo formal sino mentalmente. Había dejado de ser un buen lector. Él lo cuenta así: “Pierdo el sosiego y el hilo, empiezo a pensar qué otra cosa hacer. Me siento como si estuviese siempre arrastrando mi cerebro descentrado de vuelta al texto. La lectura profunda que solía venir naturalmente se ha convertido en un esfuerzo”.

El fenómeno de Internet pone ante nosotros la información deseada con solo hacer clic con el ratón, y nos ahorra el esfuerzo y el tiempo que suponía hace pocos años acudir a un especialista, a un archivo o a una biblioteca. A este proceso mágico, que dura sólo segundos, lo llama Umberto Eco “alfabetización distraída”. Nos vuelve dependientes, perezosos y evasivos. Por eso no considero metafórico que se habla de “inteligencia artificial”.

Esta pereza lectora ha recibido ciertos avales intelectuales. El profesor Joe  O’Shea, de la Universidad de Florida, afirma: “Sentarse a leer un libro de cabo a rabo no tiene sentido. No es un buen uso de mi tiempo ya que puedo tener toda la información que quiera con mayor rapidez a través de la web. Cuando uno se vuelve un cazador experimentado en Internet, los libros son superfluos”. El cataclismo lo denuncia en una corta frase Khaterine Hayles, profesora de Literatura de la Universidad de Duke: “Ya no puedo conseguir que mis alumnos lean un libro entero”.

¿Qué alumno leerá un libro? ¿Para qué la concentración que supone la lectura? Acostumbrados a las facilidades de Internet sobran la atención, la concentración, la paciencia, la reflexión que demanda la lectura de una obra literaria que va más allá de conocer el argumento, los personajes y lo que, en opinión de otros,  supone esa concreta obra en la historia de la Literatura.

Con Internet está ocurriendo lo que en su momento ocurrió con la letra impresa. Se le otorga una cierta infalibilidad. Nos creemos lo que nos llega en la pantalla. Pero la Red está llena de errores, de opiniones extraviadas, de mentecatos, de maliciosos, incluso de malvados. La mayor información no garantiza que lo ofrecido sea veraz.

Obviamente no estoy en contra de lo nuevo; al contrario. No voy  a caer en aquella  ocurrencia del ingenio de Borges en “El libro de arena” que consideraba a la imprenta “uno de los peores males del hombre, ya que tendió a multiplicar hasta el vértigo textos innecesarios”. Estoy con George Orwell que opinó que “el invento de la imprenta facilitó mucho el manejo de la información”. No creo que haya textos innecesarios, y en estas líneas sólo intento una reflexión sobre la influencia de Internet y lo que este formidable medio de comunicación supone para el libro y la literatura.


Vargas Llosa lo explica con exageración y humor: "Cuanto más inteligente sea nuestro ordenador, más tontos seremos”. El científico Van Nimwegen, en su estudio sobre la repercusión cerebral del uso adictivo del ordenador, concluye que “reduce la capacidad de nuestros cerebros para construir estructuras estables de conocimiento”. No soy pesimista, pero debemos reflexionar.