He viajado en agosto a
Dublín y en septiembre a Edimburgo, escenarios en que trenzaron parte de sus
agitadas existencias dos interesantes escritores y excéntricos personajes cuyos
dos libros principales he releído con gusto estos días; ya escribió Cervantes
sobre el gozo de la relectura. En las vidas de George Borrow (1803-1881) y Walter
Starkie (1894-1976) se dieron no pocas afinidades. Borrow, inglés, estudió en
Edimburgo, pasó parte de su juventud en Escocia e Irlanda, y fue un viajero
impenitente; Starkie, irlandés de Dublín, estudió en el Trinity College y, como
Borrow, recorrió tierras y descubrió gentes. Ambos eran poliglotas, se
interesaron por la filología, escribieron en periódicos, amaron a España y a lo
español y, sobre todo, coincidieron en el
profundo estudio de los gitanos, cuya lengua,
el romaní, dominaban. Borrow y Starkie vivieron junto a los gitanos, conocían
sus costumbres y les dedicaron libros. Entre otros: “Lavengro. El estudiante,
el gitano y el cura” (1851), novela autobiográfica de Borrow, y “Don Gitano”
(1936), de Starkie, también autobiográfica. “Lavengro” es “filólogo” en idioma
romaní.
Los dos personajes
coinciden en el ambiente culto en que transcurrió su juventud. De familias instruidas,
pronto trataron con escritores y artistas. Borrow siguió la estética romántica
y se interesó por las lenguas (llegó a
traducir treinta cinco idiomas y numerosos dialectos), además de estudiar la
vida de los pueblos primitivos, y
Starkie, graduado en literatura clásica, fue un virtuoso del violín. Borrow
recorrió España entre 1835 y 1840 como enviado de la Sociedad Bíblica de
Inglaterra para difundir la Biblia protestante, abrió una librería en Madrid y editó
el Nuevo Testamento, sin notas ni comentarios, traducido por el padre Scio, lo
que chocó con los convencionalismos de la época y le llevó a prisión. Su amigo
Richard Ford, otro viajero célebre, le animó a contar las experiencias de sus
periplos españoles y así nació su obra
más conocida: “The Bible in Spain” (1843), que inspiró un personaje de la
“Carmen” de Prosper Merimée. El libro de
Borrow no fue traducido al castellano hasta 1921 en espléndida versión de
Manuel Azaña.
En “La Biblia en
España” Manuel Azaña no sólo traduce a Borrow, lo interpreta en unas páginas
previas inteligentes y oportunas.
Poseo un ejemplar de aquella primera edición española y tras su lectura uno confirma
que Azaña se perdió como gran escritor por su dedicación política. Eso no lo
reconocerán nunca sus exégetas o hagiógrafos pero es meridianamente cierto. Desde
su primer libro autobiográfico, “El jardín de los frailes”, al último,
su amarga y magnífica confesión “Cuaderno de La Pobleta”, ya en la última
fase de la guerra civil española, en la escritura de Azaña laten unas
condiciones literarias ensombrecidas a menudo entre los engranajes de su
ejercicio político, por más que colmase esa vocación no literaria alcanzando la
Presidencia del Gobierno y luego la Presidencia de la República.
El seguidor más
característico de Borrow fue Starkie. Como aquél recorrió España, en su caso no
acompañado de ejemplares de la Biblia proscrita sino acompañado de
su violín, dando conciertos de posada en posada. Cervantista entusiasta es
autor de unas excelentes traducciones al inglés del “Quijote” y de las “Novelas
Ejemplares”. Fue profesor del Trinity College y uno de sus discípulos
preferidos fue Samuel Beckett. Por sugerencia del poeta Yeats dirigió en 1927
el Abbey Theatre de Dublín, y en 1940 fundó y fue el primer director del
British Council en Madrid, compaginándolo algunos años con la enseñanza de
literatura comparada en la entonces Universidad Central. Starkie trató
estrechamente a intelectuales españoles como Menéndez Pidal, Baroja, Zuloaga,
Ortega y Gasset y Cela. Jubilado en 1954 del British Council, profesó en
universidades norteamericanas como las de Texas, Nueva York, Kansas, Colorado y
Los Ángeles hasta 1970. Está enterrado en el Cementerio Británico de Madrid.
A Barrow le llamaban sus
amigos españoles “Don Jorgito” y a Starkie “Don Gitano”, título que dio a la
versión española de uno de sus libros más conocidos, traducido por Antonio
Espina. En 1934 Starkie había publicado “Aventuras de un irlandés en España”. Y
Borrow, en 1841, “The Zincali or Account of the Gypsies in Spain”, sobre la
vida de los gitanos españoles.
Contra Borrow lanzó sus
andanadas inclementes Menéndez Pelayo en su “Historia de los heterodoxos
españoles” (1880). La erudición del polígrafo no disimulaba su acentuado
dogmatismo y consideró a Borrow un hereje peligroso. Baroja, excesivo a su
manera pero claro como el agua, escribió inmisericorde que el cerrado
dogmatismo de esas páginas de Menéndez Pelayo, entre otras, “ha dado ese
carácter infecundo, mular, a la erudición española”.
George Borrow y Walter Starkie,
“Don Jorgito” y “Don Gitano”, con un siglo de diferencia, son dos ejemplos de viajeros
extranjeros por España, hispanistas, heterodoxos,
ambos con un toque estrafalario en la indumentaria -a Starkie lo socorrieron en Alcázar de San
Juan confundiéndole con un mendigo- que contribuyeron
a un conocimiento romántico de nuestro país, de sus gentes y de sus costumbres,
cada uno en su tiempo y desde perspectivas distintas pero con un mismo
entusiasmo por lo español que uno valora más en esta coyuntura desconcertada en
la que hay españoles que se preguntan insólitamente qué es España e incluso la
niegan contra la realidad y contra la Historia.