martes, 6 de octubre de 2015

"Don Jorgito" y "Don Gitano": escritores, viajeros y excéntricos


He viajado en agosto a Dublín y en septiembre a Edimburgo, escenarios en que trenzaron parte de sus agitadas existencias dos interesantes escritores y excéntricos personajes cuyos dos libros principales he releído con gusto estos días; ya escribió Cervantes sobre el gozo de la relectura. En las vidas de George Borrow (1803-1881) y Walter Starkie (1894-1976) se dieron no pocas afinidades. Borrow, inglés, estudió en Edimburgo, pasó parte de su juventud en Escocia e Irlanda, y fue un viajero impenitente; Starkie, irlandés de Dublín, estudió en el Trinity College y, como Borrow, recorrió tierras y descubrió gentes. Ambos eran poliglotas, se interesaron por la filología, escribieron en periódicos, amaron a España y a lo español y, sobre todo, coincidieron en  el profundo  estudio de los gitanos, cuya lengua, el romaní, dominaban. Borrow y Starkie vivieron junto a los gitanos, conocían sus costumbres y les dedicaron libros. Entre otros: “Lavengro. El estudiante, el gitano y el cura” (1851), novela autobiográfica de Borrow, y “Don Gitano” (1936), de Starkie, también autobiográfica. “Lavengro” es “filólogo” en idioma romaní.

Los dos personajes coinciden en el ambiente culto en que transcurrió su juventud. De familias instruidas, pronto trataron con escritores y artistas. Borrow siguió la estética romántica y se  interesó por las lenguas (llegó a traducir treinta cinco idiomas y numerosos dialectos), además de estudiar la vida de los pueblos primitivos,  y Starkie, graduado en literatura clásica, fue un virtuoso del violín. Borrow recorrió España entre 1835 y 1840 como enviado de la Sociedad Bíblica de Inglaterra para difundir la Biblia protestante, abrió una librería en Madrid y editó el Nuevo Testamento, sin notas ni comentarios, traducido por el padre Scio, lo que chocó con los convencionalismos de la época y le llevó a prisión. Su amigo Richard Ford, otro viajero célebre, le animó a contar las experiencias de sus periplos españoles y así nació  su obra más conocida: “The Bible in Spain” (1843), que inspiró un personaje de la “Carmen” de Prosper Merimée.  El libro de Borrow no fue traducido al castellano hasta 1921 en espléndida versión de Manuel Azaña.

En “La Biblia en España” Manuel Azaña no sólo traduce a Borrow, lo interpreta en unas páginas previas inteligentes y oportunas. Poseo un ejemplar de aquella primera edición española y tras su lectura uno confirma que Azaña se perdió como gran escritor por su dedicación política. Eso no lo reconocerán nunca sus exégetas o hagiógrafos pero es meridianamente cierto. Desde su primer libro autobiográfico, “El jardín de los frailes”,  al último,  su amarga y magnífica confesión “Cuaderno de La Pobleta”, ya en la última fase de la guerra civil española, en la escritura de Azaña laten unas condiciones literarias ensombrecidas a menudo entre los engranajes de su ejercicio político, por más que colmase esa vocación no literaria alcanzando la Presidencia del Gobierno y luego la Presidencia de la República.   

El seguidor más característico de Borrow fue Starkie. Como aquél recorrió España, en su caso no acompañado de ejemplares de la Biblia proscrita sino acompañado de su violín, dando conciertos de posada en posada. Cervantista entusiasta es autor de unas excelentes traducciones al inglés del “Quijote” y de las “Novelas Ejemplares”. Fue profesor del Trinity College y uno de sus discípulos preferidos fue Samuel Beckett. Por sugerencia del poeta Yeats dirigió en 1927 el Abbey Theatre de Dublín, y en 1940 fundó y fue el primer director del British Council en Madrid, compaginándolo algunos años con la enseñanza de literatura comparada en la entonces Universidad Central. Starkie trató estrechamente a intelectuales españoles como Menéndez Pidal, Baroja, Zuloaga, Ortega y Gasset y Cela. Jubilado en 1954 del British Council, profesó en universidades norteamericanas como las de Texas, Nueva York, Kansas, Colorado y Los Ángeles hasta 1970. Está enterrado en el Cementerio Británico de Madrid.

A Barrow le llamaban sus amigos españoles “Don Jorgito” y a Starkie “Don Gitano”, título que dio a la versión española de uno de sus libros más conocidos, traducido por Antonio Espina. En 1934 Starkie había publicado “Aventuras de un irlandés en España”. Y Borrow, en 1841, “The Zincali or Account of the Gypsies in Spain”, sobre la vida de los gitanos españoles.

Contra Borrow lanzó sus andanadas inclementes Menéndez Pelayo en su “Historia de los heterodoxos españoles” (1880). La erudición del polígrafo no disimulaba su acentuado dogmatismo y consideró a Borrow un hereje peligroso. Baroja, excesivo a su manera pero claro como el agua, escribió inmisericorde que el cerrado dogmatismo de esas páginas de Menéndez Pelayo, entre otras, “ha dado ese carácter infecundo, mular, a la erudición española”.

George Borrow y Walter Starkie, “Don Jorgito” y “Don Gitano”, con un siglo de diferencia, son dos ejemplos de viajeros extranjeros por España, hispanistas,  heterodoxos, ambos con un toque estrafalario en la indumentaria  -a Starkie lo socorrieron en Alcázar de San Juan confundiéndole con un mendigo-  que contribuyeron a un conocimiento romántico de nuestro país, de sus gentes y de sus costumbres, cada uno en su tiempo y desde perspectivas distintas pero con un mismo entusiasmo por lo español que uno valora más en esta coyuntura desconcertada en la que hay españoles que se preguntan insólitamente qué es España e incluso la niegan contra la realidad y contra la Historia.