La poesía se escribe
más que se estudia. La crítica poética de hondura no se prodiga; obviamente no
me refiero a los críticos de libros. A veces coincide en un gran poeta la
condición de gran estudioso de la poesía; pienso en el maestro Dámaso Alonso.
No es lo común.
Acaba de morir a los 92 años Carlos Bousoño uno de los mayores expertos en la poesía, en su construcción, en sus magias; estudió cada símbolo, cada escuela, e influyó notablemente en varias generaciones de poetas. Filólogo, crítico, ensayista, profesor, Bousoño era un ser humano excepcional, gozaba de un humor contagioso, siempre parecía alegre aunque a veces acaso velaba un poso de melancolía. En 1952 publicó “Teoría de la expresión poética”, obra fundamental para el conocimiento de la poesía desde sí misma, libro que fue ampliando y profundizando en significadas ediciones hasta la última de 1985.
Acaba de morir a los 92 años Carlos Bousoño uno de los mayores expertos en la poesía, en su construcción, en sus magias; estudió cada símbolo, cada escuela, e influyó notablemente en varias generaciones de poetas. Filólogo, crítico, ensayista, profesor, Bousoño era un ser humano excepcional, gozaba de un humor contagioso, siempre parecía alegre aunque a veces acaso velaba un poso de melancolía. En 1952 publicó “Teoría de la expresión poética”, obra fundamental para el conocimiento de la poesía desde sí misma, libro que fue ampliando y profundizando en significadas ediciones hasta la última de 1985.
La aportación teórica de
Bousoño es un conjunto formado por tres teorías. Una “teoría de la contextualización y comunicación
poéticas”; una “teoría del símbolo” en la poesía contemporánea, y una “teoría
de las épocas literarias”. La validez de los procedimientos “retóricos” de
Bousoño ha quedado patente. Además, sus estudios teóricos, que abarcan la relación
entre distintas disciplinas, inciden -como señaló la investigadora austriaca
Angelika Theile-Becker en el homenaje
que Boel, su pueblo natal asturiano, le dedicó al cumplir 80 años- en una
metodología puente para acercar las ciencias naturales y las ciencias
culturales; estructuralmente, artes y ciencias se sirven de los mismos
procedimientos de descubrimiento. Su labor crítica es impagable por los caminos
que abrió, por lo que fue y es seguida, por lo que tiene de actual a los más de
sesenta años de publicarse.
Su primer poemario, de
1945, “Subida al amor”, tuvo una discreta acogida. Los siguientes fueron cada
vez más valorados, y en 1968 con “Oda en la ceniza” consiguió el premio de la
Crítica que volvería a recibir en 1974 por “Las monedas contra la losa”. Me
interesa más como estudioso de la poesía que como poeta, pero es una opinión
muy personal porque lo cierto es que su palmarés poético es brillante: el
premio Nacional de Poesía en 1990 por “Metáfora del desafuero”, en 1993 el premio
Nacional de las Letras Españolas, y en 1995 el premio Príncipe de Asturias de
las Letras… En 1980 ingresó en la Real Academia Española con un discurso titulado “Sentido de la
evolución de la poesía contemporánea en Juan Ramón Jiménez”. En 1998 publicó
sus poesías completas, revisadas de una primera edición de 1960, con el título
de “Primavera de la muerte”
Con su obra “El
irracionalismo poético. El símbolo”, de 1978, obtuvo el Premio Nacional de
Ensayo. Fue profesor de Literatura Española en varias universidades norteamericanas
y de Estilística en la Universidad Complutense de Madrid. Dedicó su tesis
doctoral en Filosofía y Letras, de 1949, al poeta que más influyó en su obra y
que fue su más cercano amigo: “La poesía de Vicente Aleixandre”.
El Nobel Vicente Aleixandre
es uno de los poetas más influyentes en las sucesivas generaciones. Conocí a
Carlos Bousoño hace medio siglo en casa de Aleixandre, calle madrileña de Velintonia, a donde
íbamos los aprendices de poetas con el fervor con el que un seminarista acude a
una audiencia papal. El maestro era acogedor: recibía a quien le buscaba, leía
originales a menudo infumables de quienes queríamos un día aparecer en esa
Wikipedia que tardaría decenios en surgir, y siempre tenía un consejo a punto,
un adjetivo amable para nuestros versos primerizos. Carlos Bousoño no era ya
entonces en aquella casa una visita convencional; era el mejor amigo del futuro
Nobel, amistad que sólo truncó la muerte del maestro, hasta el punto de donarle
en vida su rico archivo. Gracias a esa donación Bousoño publicó en 1991 parte
de los manuscritos poéticos de Aleixandre: el libro póstumo “En gran noche”,
una gran aportación a la historia de la poesía.
Carlos era natural de
trato, asequible siempre, con una simpatía que arrollaba; una de las personas
más encantadoras que he conocido. En los últimos años estaba ausente, su
enfermedad le había hecho ajeno; pero por fortuna no tengo ese recuerdo; en mi
memoria están nuestras conversaciones, casi nunca sobre literatura, en algún
local de cierto tronío cultural cercano al Gijón, y mucho antes en las tabernas
de Argüelles tras las lecturas poéticas en la tertulia del entonces Instituto
de Cultura Hispánica, que fundó y dirigió hasta su muerte Rafael Montesinos. Y
en el jurado del premio Blas de Otero; con los años fue encontrándose peor y
acudía al jurado con su esposa Ruth, pendiente de él.
Me queda su obra, de
relectura tan grata, su magisterio de tantos años, su palabra de la que tanto
aprendí, sus dedicatorias y algún manuscrito con sus opiniones, tan certeras,
sobre libros que se presentaban al premio Blas de Otero; sabía siempre cuando
una obra era artificial a fuer de querer ser “canónica”. Su capacidad de análisis de un poema le llevaba
a descubrir las imposturas tras el disfraz del oropel.
Con la muerte de Carlos
Bousoño la poesía española queda huérfana de su mejor estudioso. Sus posibles
sucesores, que no discípulos, no le son comparables; contemplo más pedantería
que esencia. Bousoño atesoraba la sencillez que da la auténtica sabiduría.