lunes, 7 de diciembre de 2015

En la muerte de Pío Caro Baroja, una visita a Itzea


Ha muerto Pío Caro Baroja, sobrino de Pio Baroja, hijo de su hermana Carmen y del editor Rafael Caro Raggio. Tenía 87 años y asumió la responsabilidad de ser albacea literario y vigilante del legado del escritor vasco, aparte de tener una personalidad propia como etnógrafo, documentalista cinematográfico, investigador del folclore español y escritor. En su homenaje recuerdo en estas líneas mi visita a Itzea, en 2005, invitado por Pío Caro Baroja y su mujer Josefina. Fue una ocasión memorable. 


En 1912 don Pío adquirió en Vera de Bidasoa el caserón de Itzea, entonces una ruina   habitada por murciélagos y plantas salvajes que había sido hospital en la guerra de la Independencia. Edificio de piedra, blasonado, en solar de los Alzate y en el barrio de ese nombre, camino de las ventas de Ibardin, de cara a Francia, a orillas del arroyo de Xantelerreka. Es una edificación maciza, cercada por un murete y en la parte anterior  sobre él una verja, con grandes balcones y ventanas. El escritor reconstruyó con paciencia y dineros aquel desecho. El jardín, con olor a magnolio y a hierba mojada1 nogales, tilos y árboles americanos y un pequeño huerto.  

Visité Itzea por los buenos oficios de Marino Gómez Santos que había tratado muy cercanamente a don Pío. Años antes, durante un viaje a Navarra, llegué hasta su portón sólo avalado por la credencial de mi nombre con el fervor del peregrino y el deseo de visitar el santuario barojiano. No había nadie. En esta ocasión se nos esperaba. Pudimos traspasar la verja. Tras un camino de losas, el portón de madera. En el amplio portal, a la izquierda, nace la ancha escalera de madera añosa. En la pared, los reposteros con blasones familiares que hizo Carmen Nessi, madre del escritor vasco.  

Pío Caro Baroja y su esposa Josefina fueron muy amables anfitriones. El almuerzo exquisito  y la conversación memorable. Se comentó que cuenta don Pío que  los niños de Vera le llamaban “el hombre malo de Itzea”: “El caso, para mí importante, fue que en Itzea había un hombre malo, y ese hombre malo era yo”. La anécdota no era nueva para mí. Al curioso asunto dediqué el poema “El otro lado” en mi libro “Púrpura y ceniza”, de 1987. Marino, Pío y Josefina no conocían el poema y quedé en enviárselo.

Tras la animada sobremesa tuve oportunidad de recorrer las estancias de la casona, llenas de recuerdos, de objetos que nos llevan a personajes y novelas de Baroja: Shanti Andia, Paradox, Zalacaín… En toda la casa cuadros de época, retratos familiares, algunos de ellos debidos al pincel de Ricardo Baroja, modelos de barco, astrolabios, catalejos, cartas marinas, campanas de barco, mapas, viejas estampas con leyendas en francés que probablemente compró don Pío a los bouquinistes del Sena, muebles, bargueños, más de cuarenta arcones, consolas. Y recuerdos: el violonchelo de Serafín Baroja, el abuelo, pipas de Ricardo Baroja, el hermano, relojes, ruecas…   

En el cuarto amarillo, por el tresillo tapizado de ese color, tan isabelino en su decoración, cuadros de familia: doña Juana Nessi, dueña de la panadería Viena Capellanes, la primera de Madrid, que luego regentó don Pío, Carmen Baroja, obra de  Anselmo Miguel, y Rafael Caro Raggio, el editor e impresor, pintado por Moya del Pino.

Visitamos el sanctasanctórum del caserón, en el segundo piso: el dormitorio del maestro que está como cuando él vivía. Alta cama de metal, sillones rojos, en la pared grabados de ritos masónicos y varios retratos del escritor, uno de ellos de Picasso. En una mesita algunos iconos: figuritas de marfil, de ébano y de porcelana que don Pío describió en alguna novela. Objetos inanimados  pero como con una  vida que llegase de atrás. Don Pío permanecía allí compartiendo nuestro tiempo desde el suyo.

También en la segunda planta la rica biblioteca de Baroja, la mesa de trabajo donde escribió, varias mesitas, la chimenea. En el centro de la amplia sala un busto de don Pío debido a Maciá, esculpido durante la estancia del escritor en el Colegio de España de París en tiempos de la Guerra Civil. En Itzea hay entre 40.000 y 45.000 libros y folletos, no pocos de ellos en francés.  Cuando Gregorio Marañón visitó el caserón en el verano de 1954, el último que pasó don Pío en Itzea, calculó en 10.000 los volúmenes de la biblioteca y al escritor le parecieron demasiados. A la biblioteca inicial se unieron los libros de Julio Caro Baroja. Muchos de ellos son de historia, de filosofía, novelas y ensayos.Una buena representación se refiere al siglo XIX con obras sobre acontecimientos históricos en los que participaron los biografiados de Baroja.

Pio Caro Baroja me ofreció un sillón ante un retrato de Aviraneta pintado por Ricardo Baroja. Buscaba yo libros que hubiese podido manejar el maestro cuando escribió la biografía del aventurero. “A ver si los encuentras”, me retó el sobrino del escritor.

Mantengo en mi memoria aquel tiempo de búsqueda en el que dudaba mucho salir airoso. Encaramado en una escalerilla recorrí los estantes y me acompañó la suerte; más pronto que tarde encontré hasta tres ejemplares de distintas ediciones de las “Memorias” de mi antepasado aventurero del siglo XIX al que biografió don Pío, dos en francés y una en castellano, y me emocionó una sorpresa: uno de los ejemplares de la primera edición de París, 1827, estaba anotado de puño y letra del general. Acababa de encontrar el libro que le prestó mi padre siendo niño a un profesor pedigüeño no sé si a cambio de subirle la nota en un examen; como es tradicional el profesor no devolvió el libro, pasó el tiempo y aquel profesor, que era un fraile, cambió de colegio y el libro debió terminar en una librería de lance en donde, sin duda, lo compró Baroja, pertinaz perseguidor de libros viejos.

En Itzea también encontré algunos folletos de Van Halen ilocalizables hoy en el mercado y un ejemplar de su libro más raro: “Histoire sur l’Inquisition d’Espagne”, edición de Paris, 1834. Además tomé notas (que no encuentro) de un ejemplar de la segunda edición de “Dos años en Rusia”, Valencia 1849, ricamente encuadernado, de regalo, dedicado en letras doradas al comandante de una fragata británica surta en el puerto de Cádiz en 1949, con unas amables palabras escritas por el general. En aquellas estanterías repletas de suelo a techo había numerosas obras sobre el siglo XIX, historias de carlistas y liberales, memorias de personajes de la época, folletos justificativos tan de moda en aquel tiempo, recortes de periódicos, planos… La biblioteca de Baroja es una realidad muy cercana al paraíso borgeano.

En una estancia de la misma planta en la que se halla la biblioteca, en una cama de barco, murió en 1995, a los 80 años, Julio Caro Baroja, sobrino de don Pío, el otro académico de la familia (perteneció a las Reales Academias Española, de la Historia y de la Lengua Vasca), antropólogo, historiador, lingüista y folclorista de reconocimiento internacional; una autoridad en temas como la Inquisición y la brujería.

Uno de los espacios singulares de Itzea es el viejo desván. En vida de don Pío estaba desaprovechado pero en 1971 Julio Caro Baroja retejó la casona y decidió rescatar el desván de la tercera planta adonde trasladó alrededor de 15.000 libros de su biblioteca personal, y allí instaló un caballete ya que pintaba siguiendo la estela de su tío Ricardo. En un armario se custodian los manuscritos del investigador. En el desván se guardan, además, arcones, mesas, cuadros, y objetos y recuerdos de la familia que tienen historia. También se colocaron en ese amplio espacio los útiles que utilizaba Ricardo Baroja en su labor de pintor y grabador: pintura, latas para las mezclas, aguarrás, nogalina…

La visita a Itzea resulta inolvidable para mí. Meses más tarde coincidí con Pío Caro Baroja en un ciclo de conferencias sobre la obra barojiana, organizado por la Universidad de Alcalá en sus instalaciones de Sigüenza. Creo que él habló de la familia Baroja y yo hablé sobre “Baroja, biógrafo”. Hicimos juntos el viaje  y fuimos hablando de don Pío y de aquella visita a Itzea, que apareció luego recogida, con juicios muy certeros y comentarios muy afectuosos para mí, por Marino Gómez Santos en su libro “Baroja, médico rural y otros oficios”, de 2006.