Ha muerto Pío Caro
Baroja, sobrino de Pio Baroja, hijo de su hermana Carmen y del editor Rafael
Caro Raggio. Tenía 87 años y asumió la responsabilidad de ser albacea literario
y vigilante del legado del escritor vasco, aparte de tener una personalidad
propia como etnógrafo, documentalista cinematográfico, investigador del
folclore español y escritor. En su homenaje recuerdo en estas líneas mi visita
a Itzea, en 2005, invitado por Pío Caro
Baroja y su mujer Josefina. Fue una ocasión memorable.
En 1912 don Pío adquirió
en Vera de Bidasoa el caserón de Itzea,
entonces una ruina habitada por
murciélagos y plantas salvajes que había sido hospital en la guerra de la
Independencia. Edificio de piedra, blasonado, en solar de los Alzate y en el
barrio de ese nombre, camino de las ventas de Ibardin, de cara a Francia, a
orillas del arroyo de Xantelerreka. Es una edificación maciza, cercada por un
murete y en la parte anterior sobre él
una verja, con grandes balcones y ventanas. El escritor reconstruyó con paciencia
y dineros aquel desecho. El jardín, con olor a magnolio y a hierba mojada1 nogales,
tilos y árboles americanos y un pequeño huerto.
Visité Itzea por los buenos oficios de Marino
Gómez Santos que había tratado muy cercanamente a don Pío. Años antes, durante
un viaje a Navarra, llegué hasta su portón sólo avalado por la credencial de mi
nombre con el fervor del peregrino y el deseo de visitar el santuario
barojiano. No había nadie. En esta ocasión se nos esperaba. Pudimos traspasar
la verja. Tras un camino de losas, el portón de madera. En el amplio portal, a
la izquierda, nace la ancha escalera de madera añosa. En la pared, los
reposteros con blasones familiares que hizo Carmen Nessi, madre del escritor
vasco.
Pío Caro Baroja y su
esposa Josefina fueron muy amables anfitriones. El almuerzo exquisito y la conversación memorable. Se comentó que
cuenta don Pío que los niños de Vera le
llamaban “el hombre malo de Itzea”: “El caso, para mí importante, fue que en
Itzea había un hombre malo, y ese hombre malo era yo”. La anécdota no era nueva
para mí. Al curioso asunto dediqué el poema “El otro lado” en mi libro “Púrpura
y ceniza”, de 1987. Marino, Pío y Josefina no conocían el poema y quedé en
enviárselo.
Tras la animada
sobremesa tuve oportunidad de recorrer las estancias de la casona, llenas de
recuerdos, de objetos que nos llevan a personajes y novelas de Baroja: Shanti
Andia, Paradox, Zalacaín… En toda la casa cuadros de época, retratos
familiares, algunos de ellos debidos al pincel de Ricardo Baroja, modelos de
barco, astrolabios, catalejos, cartas marinas, campanas de barco, mapas, viejas
estampas con leyendas en francés que probablemente compró don Pío a los bouquinistes del Sena, muebles,
bargueños, más de cuarenta arcones, consolas. Y recuerdos: el violonchelo de
Serafín Baroja, el abuelo, pipas de Ricardo Baroja, el hermano, relojes,
ruecas…
En el cuarto amarillo,
por el tresillo tapizado de ese color, tan isabelino en su decoración, cuadros
de familia: doña Juana Nessi, dueña de la panadería Viena Capellanes, la
primera de Madrid, que luego regentó don Pío, Carmen Baroja, obra de Anselmo Miguel, y Rafael Caro Raggio, el
editor e impresor, pintado por Moya del Pino.
Visitamos el sanctasanctórum
del caserón, en el segundo piso: el dormitorio del maestro que está como cuando
él vivía. Alta cama de metal, sillones rojos, en la pared grabados de ritos
masónicos y varios retratos del escritor, uno de ellos de Picasso. En una
mesita algunos iconos: figuritas de marfil, de ébano y de porcelana que don Pío
describió en alguna novela. Objetos inanimados
pero como con una vida que
llegase de atrás. Don Pío permanecía allí compartiendo nuestro tiempo desde el
suyo.
También en la segunda
planta la rica biblioteca de Baroja, la mesa de trabajo donde escribió, varias
mesitas, la chimenea. En el centro de la amplia sala un busto de don Pío debido
a Maciá, esculpido durante la estancia del escritor en el Colegio de España de
París en tiempos de la Guerra Civil. En Itzea
hay entre 40.000 y 45.000 libros y folletos, no pocos de ellos en francés. Cuando Gregorio Marañón visitó el caserón en
el verano de 1954, el último que pasó don Pío en Itzea, calculó en 10.000 los volúmenes de la biblioteca y al
escritor le parecieron demasiados. A la biblioteca inicial se unieron los libros
de Julio Caro Baroja. Muchos de ellos son de historia, de filosofía, novelas y
ensayos.Una buena representación se refiere al siglo XIX con obras sobre
acontecimientos históricos en los que participaron los biografiados de Baroja.
Pio Caro Baroja me
ofreció un sillón ante un retrato de Aviraneta pintado por Ricardo Baroja.
Buscaba yo libros que hubiese podido manejar el maestro cuando escribió la
biografía del aventurero. “A ver si los encuentras”, me retó el sobrino del
escritor.
Mantengo en mi memoria
aquel tiempo de búsqueda en el que dudaba mucho salir airoso. Encaramado en una
escalerilla recorrí los estantes y me acompañó la suerte; más pronto que tarde
encontré hasta tres ejemplares de distintas ediciones de las “Memorias” de mi
antepasado aventurero del siglo XIX al que biografió don Pío, dos en francés y
una en castellano, y me emocionó una sorpresa: uno de los ejemplares de la
primera edición de París, 1827, estaba anotado de puño y letra del general.
Acababa de encontrar el libro que le prestó mi padre siendo niño a un profesor
pedigüeño no sé si a cambio de subirle la nota en un examen; como es
tradicional el profesor no devolvió el libro, pasó el tiempo y aquel profesor,
que era un fraile, cambió de colegio y el libro debió terminar en una librería
de lance en donde, sin duda, lo compró Baroja, pertinaz perseguidor de libros
viejos.
En Itzea también encontré algunos folletos de Van Halen ilocalizables
hoy en el mercado y un ejemplar de su libro más raro: “Histoire sur
l’Inquisition d’Espagne”, edición de Paris, 1834. Además tomé notas (que no
encuentro) de un ejemplar de la segunda edición de “Dos años en Rusia”,
Valencia 1849, ricamente encuadernado, de regalo, dedicado en letras doradas al
comandante de una fragata británica surta en el puerto de Cádiz en 1949, con
unas amables palabras escritas por el general. En aquellas estanterías repletas
de suelo a techo había numerosas obras sobre el siglo XIX, historias de
carlistas y liberales, memorias de personajes de la época, folletos justificativos
tan de moda en aquel tiempo, recortes de periódicos, planos… La biblioteca de
Baroja es una realidad muy cercana al paraíso borgeano.
En una estancia de la
misma planta en la que se halla la biblioteca, en una cama de barco, murió en
1995, a los 80 años, Julio Caro Baroja, sobrino de don Pío, el otro académico
de la familia (perteneció a las Reales Academias Española, de la Historia y de
la Lengua Vasca), antropólogo, historiador, lingüista y folclorista de
reconocimiento internacional; una autoridad en temas como la Inquisición y la
brujería.
Uno de los espacios
singulares de Itzea es el viejo
desván. En vida de don Pío estaba desaprovechado pero en 1971 Julio Caro Baroja
retejó la casona y decidió rescatar el desván de la tercera planta adonde trasladó
alrededor de 15.000 libros de su biblioteca personal, y allí instaló un
caballete ya que pintaba siguiendo la estela de su tío Ricardo. En un armario
se custodian los manuscritos del investigador. En el desván se guardan, además,
arcones, mesas, cuadros, y objetos y recuerdos de la familia que tienen
historia. También se colocaron en ese amplio espacio los útiles que utilizaba
Ricardo Baroja en su labor de pintor y grabador: pintura, latas para las
mezclas, aguarrás, nogalina…
La visita a Itzea
resulta inolvidable para mí. Meses más tarde coincidí con Pío Caro Baroja en un
ciclo de conferencias sobre la obra barojiana, organizado por la Universidad de
Alcalá en sus instalaciones de Sigüenza. Creo que él habló de la familia Baroja
y yo hablé sobre “Baroja, biógrafo”. Hicimos juntos el viaje y fuimos hablando de don Pío y de aquella
visita a Itzea, que apareció luego
recogida, con juicios muy certeros y comentarios muy afectuosos para mí, por
Marino Gómez Santos en su libro “Baroja, médico rural y otros oficios”, de
2006.