miércoles, 11 de septiembre de 2013

Malula: el arameo bajo el fuego

En septiembre de 1991 un grupo de escritores viajamos a Siria para intervenir en unas jornadas literarias. Entre ellos Juan Antonio Hormigón, Joaquín Benito de Lucas, Antonio Porpetta, Margarita Arroyo, Carmina Casala, Antonio Gala, Raúl Torres, José López Martínez y José Manuel Caballero Bonald. Organizó el viaje Jesús Ríosalido, diplomático además de poeta, que había sido embajador de España en Damasco.

En nuestro viaje a Siria visitamos, entre tantos parajes, Malula, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, a cincuenta kilómetros al norte de la capital y a 1.700 metros de altura en las escarpadas cumbres del Kalamún que según la leyenda se abrieron en dos por un milagro para hacer posible el paso de Santa Tecla a la que perseguían los romanos. Se asoma a la autopista que une Damasco con Homs, cuna del emperador romano Heleogábalo. El pueblo, de menos de cinco mil habitantes, es junto a Jabadin y Bakah, uno de los tres lugares en los que aún se habla el arameo en Siria, y el único mayoritariamente cristiano: el 90%. de su población. Un oasis de diferencias que ahora la guerra ha condenado.  


Las milicias rebeldes del Frente  Al Nusra y del Frente de Liberación del Qadamón y el Ejército sirio combaten en las calles de Malula. En YouTube hay colgados videos en los que aparecen los mercenarios chechenos patrullando por el pueblo al grito de “Alá es grande”, y círculos cristianos en Damasco han asegurado a periodistas occidentales que a través de altavoces los milicianos pidieron a los vecinos que se convirtieran al Islam si querían seguir vivos. Una religiosa ha declarado a la agencia AP que huérfanos acogidos en el convento de Santa Tecla y vecinos cristianos han huido a las cuevas de la montaña, origen de la aldea.

Lo que más me impresionó de Malula es que se habla normalmente el arameo, la lengua de Cristo. Hasta 2011 estaba abierta una escuela de verano en la que algunos lugareños enseñaban el viejísimo idioma. La guerra lo está arrasando casi todo y también el tiempo y su poso acaso más entrañable: la comunicación por la palabra. Es una lengua que se hizo manantial desde el fenicio, el árabe y el hebreo y que se habló en un inmenso imperio.   

Leo lo que ocurre en Malula, aquel rincón de paz ahora bajo el fuego, y madejo mis recuerdos de aquellas brillantes casas malvas, azules, marrones y grises que se derraman, bellas y algo tristes, como agobiadas, desde la montaña. En mi último libro incluí una postal viva de la Malula que ahora sufre la sinrazón de la guerra, mientras los genios de la política internacional llevan años echando dados sobre el tablero y se piensan bobaliconamente qué hacer y cómo hacerlo. El poema es:

                        Ese atajo del tiempo
 
                                                 Malula, Siria.
                                       
                                “…hablan aún la lengua que habló Cristo,
                                         en tanto que la trama del aire predecía
                                         ese atajo del tiempo en que se aloja
                                         la palabra matriz de las palabras”.
                                                                J.M. Caballero Bonald                                                    

 
La vieja lengua que llega a nosotros
en un áspero dicho: jurar en arameo.  

Abuna di bishemaya:
Padre nuestro que estás en el cielo,
proclama el eco sobre las broncas crestas del Kalamún.
Ela peshina min bisha:
y líbranos del mal,
concluye el rezo  desde el monasterio de Santa Tecla,
con su altar milenario de mármol nunca hollado,
y se recrea en el monasterio de San Sergio,
con casi dos mil años en la altiva madera de su puerta,
por los siglos de los siglos,
como si nunca hubiese sucedido otra cosa en Malula
que este rito de las palabras que muy pocos conocen,
que han vivido latentes,
fieramente salvadas de la consumación,
ruinas hechas verbo,
en el principio afilado y nunca en el fin romo,
salvadas del Gólgota y de las persecuciones,
salvadas de la cruz de Cristo y de la inclemencia de Diocleciano,
Las palabras que enjoyaron la mitad del Imperio de Darío
y con las que Alejandro ornó lápidas y monedas
en la desafiante Babilonia.

Un niño compra en arameo su pan de cada día,
hablan en arameo dos mujeres sobre asuntos corrientes,  
un muchacho saluda en arameo, de lejos, a un amigo,
y un anciano señala en arameo
el eterno camino de Damasco
como un día escuchó Saulo de Tarso
acaso en esta misma Malula sin tiempo porque es tiempo.

Es la lengua en que Cristo habló a Pedro y a Juan,
la lengua en la que Judas le susurró al besarle tras las treinta monedas,
y en la que, a punto de morir,
Cristo prometió a Dimas un lugar en su Reino
que no era de este mundo,
aunque lo proclamase la inscripción del madero.
Es la lengua de la sorpresa de Qumrán,
la que arrasó confines,
se abrió camino entre la sabiduría de los griegos y las lanzas romanas,
y sembró de palabras Mesopotamia y Egipto,
se remansó en Palmira,
y fue desbordamiento en los libros sagrados.

Son palabras que suenan a música,
que nacen del fenicio,
dieron alas al árabe y sangre al viejo hebreo,
y hoy laten en las cosas más pequeñas,
en el uso más fácil y sencillo,
como comprar el pan o saludarse,
y en las cosas más grandes,
como rezar a un dios con cualquier nombre.  
   
Para que ahora yo pueda,
mortal cuenco de asombros,
descubrir a estas gentes que no saben gramática,
que hablan en una lengua común hace milenios
que fue rica en los siete dialectos que nadie identifica,
arrinconada por el árabe y por la técnica,
que no ha encontrado apoyos para normalizarse,
pero que vive cada día
con esa sencillez de quien compra el pan,
con esa misteriosa candidez de quien reza.

Si en el principio era el verbo,
qué vivo este misterio sin renuncia,
este atajo del tiempo en las palabras  
de Malula.
                   
                    El asombro
de lo no vulnerado que nunca morirá.

                                       (Del libro “Bajo otro tiempo”,
                                       Premio Internacional Ciudad de Melilla, 2013)