miércoles, 25 de diciembre de 2013

Libros para la noche de Reyes de la tía Enriqueta

El libro “Ambiciones y reflexiones” que le han escrito a Belén Esteban -ella misma se considera  "princesa del pueblo" sin más equipaje que sus  histriónicas comparecencias televisivas- va ya por la séptima edición y figura entre los libros más vendidos junto a obras del Papa Francisco, de Chéjov, de Vargas Llosa y de Pérez-Reverte. La célebre y vetusta Editorial Espasa cuenta con esta nueva autora en un catálogo en el que hace más de ochenta años  figuraron, entre las de tantos otros maestros de la  escritura, primeras ediciones de Baroja, de Azorín, de Jarnés, de Ciges Aparicio, de Espina, y la primera gran biografía de Pablo Iglesias debida a Juan José Morato. Así está el mundo editorial.

En las listas de libros más buscados por el pueblo soberano aparecen también “No estamos locos”, del Gran Wyoming, al que en la web de la Casa del Libro consideran un “polígrafo” -"ilustre polígrafo" está considerado Menéndez Pelayo, apurando la curiosa comparación-, y “Desde dentro”, las memorias de David Bisbal. El libro del Gran Wyoming enriquece el catálogo de Editorial Planeta y el de David Bisbal supone otro refuerzo intelectual para la Editorial Espasa. Quedan reflejadas cabalmente las preferencias, no sólo de la sociedad destinataria sino de la industria editorial. La pérdida  del valor social del menester intelectual es evidente.

sábado, 21 de diciembre de 2013

Stendhal y la novela histórica

Hace años que me interesa la novela histórica. De mi curiosidad de lector pasé a mi experiencia como novelista histórico; mi única incursión en el género novelístico es “Memoria secreta del Hermano Leviatán”, que tuvo cierta fortuna al ganar el segundo premio Plaza & Janés en 1988. Aparecieron varias ediciones, y años después, en 1996, Planeta compró los derechos para publicar la edición de bolsillo. Hoy la novela sólo sobrevive en las librerías de lance.

La fábula supone una trampa a la Historia centrada en un gran tramposo: Fernando VII. En una hipotética memoria dictada por el rey, ya maduro y achacoso, en El Escorial, cuenta sus experiencias masónicas durante su obligada estancia en el castillo de Talleyrand en Valençay.  El rey felón fue uno de los más pertinaces perseguidores de la masonería y me divertía convertirlo en masón. Mi primera intención fue escribir la novela sobre Franco y la leyenda de que fue rechazado en la logia en la que pretendió ingresar durante su destino militar en el norte de África, rechazo al que se achaca su furibunda persecución posterior a los masones. Me quedé con la opción de Fernando VII porque la etapa fernandina daba más juego a un escudriñador de aquel tiempo como lo soy desde mi juventud. 

sábado, 30 de noviembre de 2013

Enrique Gracia o un poeta en la calle

Como Enrique Gracia y yo somos dos seres educados, y para algunos incluso encantadores, no discutimos nunca. Nuestra amistad se mide por decenios, varios, y nos ocurre como a esos matrimonios británicos de las novelas de Christie que, acaso por una flema amasada en siglos de historia,  han decidido hablar de asuntos coincidentes y no previsiblemente divergentes y así sus uniones duran. Parece más que probable que habría algunos asuntos periféricos y poco importantes, como la política por ejemplo, en los que encontraríamos distancias (aunque no tantas como los simplistas y maniqueos esperarían), pero en temas fundamentales en nuestras vidas como la literatura, y sobre todo la poesía, estamos comúnmente de acuerdo.

Conocí a Enrique cuando era director de un afamado Club de Tenis, creo que el Chamartín, y entonces comenzó mi descubrimiento de un hombre cabal, imaginativo, irónico, polifacético, inteligente y culto (estas dos últimas cualidades no siempre van unidas) que, además, era ya entonces un estimable poeta. Desde hace años coincidimos en la Junta Directiva de la más que centenaria Asociación de Escritores y Artistas Españoles. Es un madrileño de 1950 pero su ubicación y raíz geográficas, tanto como su definición vital, no son fáciles al molde o al cliché. Hay universalidad en sus versos, en sus principios, en su percepción del mundo que le rodea. Puede que esa universalidad, junto a un lenguaje poético propio y un tratamiento temático directo, a veces ácido pero nunca vulgar, sean los ingredientes sobre los que se condimentó y se condimenta mi admiración por el poeta.

miércoles, 20 de noviembre de 2013

Galdós: oscuridades y oportunismos

Estudié con dedicación y mimo a Benito Pérez Galdós cuando preparaba una edición de sus “Memorias de un desmemoriado” para la editorial Visor (2004). Entonces me sorprendió lo poco que se sabía de él más allá de su vida literaria. Galdós, uno de los grandes escritores en castellano, alcanzó enorme éxito en vida. No ha dejado de ser un escritor leído; no ha padecido ningún eclipse. Sobre Galdós se han escrito cerros de páginas y aún andamos perdidos en las nieblas de su existencia. Junto a esa oscuridad es relevante su oportunismo político. Cuidó tenazmente de que nadie entrase en su castillo interior y mantuvo siempre la defensa de sus sombras. Todos los intentos de penetrar esas sombras  chocaron con sus silencios. Además se dejó querer por varios partidos políticos y no le faltó ocasión de mostrar su afecto a quienes había considerado públicamente como adversarios para conseguir favores o apoyo a alguna obra teatral con poco éxito.

Una de las evidencias de estos silencios galdosianos la vivió Leopoldo Alas cuando preparaba su temprana biografía en 1889. Intentó conseguir noticias de su vida, datos, fechas... Chocó con la pared de un Galdós cerrado y silencioso; nada colaborador en la amable tarea de su amigo: “Después de larga y amabilísima correspondencia vinimos a parar en que Galdós no sabía a punto fijo lo que eran datos, lo que se le pedía… Cuenta historias pero no cuenta la suya”.

domingo, 10 de noviembre de 2013

La "Academia de la Real Gana"

El título de estas líneas no es mío sino de Ramón Gómez de la Serna que siempre se mostró muy crítico con la Real Academia Española, la Academia por antonomasia. Llegó a decir que él nunca aceptaría figurar “bajo ese lema de lustrabotas” en referencia al “Limpia, fija y da esplendor”. Se pasaba. Escribo hoy sobre la Academia porque ayer ingresó en ella la escritora Carme Riera con un discurso memorable por más de un concepto, y vivimos las vísperas de la toma de posesión de Aurora Egido. Dos mujeres. Es buena noticia para una Institución que a lo largo de sus tres siglos de historia, que se cumplen este año, había cerrado el paso a la presencia de la mujer  hasta no hace mucho. La primera mujer que rompió el inexplicable tabú fue Carmen Conde en 1979, seguida por mi ilustre parienta Elena Quiroga en 1984.
 
A través del tiempo fueron muchas las candidatas a académicas con méritos sobrados, entre ellas: Gertrudis Gómez de Avellaneda, mi también no menos ilustre parienta Emilia Pardo Bazán, Concepción Arenal, Blanca de los Ríos, Concha Espina, Rosa Chacel, Sofía Casanova o Carmen Bravo Villasante, por citar sólo a quienes fueron propuestas sin éxito. Un relevante olvido académico que merece mención aparte es el de María Moliner a la que tanto debe la lengua castellana.
 
La misoginia histórica de la Academia queda reflejada, como anécdota, en el chascarrillo atribuido a Bretón de los Herreros cuando, siendo secretario de la Institución, intentó entrar en ella Gómez de Avellaneda: “¡Es mucho hombre esta mujer!”. Cuenta Sebastián Moreno en su jugoso libro “La Academia se divierte” (2012) que Carmen Bravo Villasante, otra candidata rechazada, a la que traté y de la que fui editor, comentó: “A nadie se le hubiera ocurrido decir de la sensibilidad de Bécquer: ¡Es mucha mujer este hombre”.  
 

domingo, 3 de noviembre de 2013

Chateaubriand o la anticipación

En la obra cumbre y más leída del vizconde de Chateaubriand, sus “Memorias de ultratumba”, están algunas de las más elegantes y definitivas páginas de la literatura de su tiempo y de todos los tiempos. Además atesoran un memorialismo minucioso y una visión histórica que no trata de ser imparcial pero es atinada y profunda. Hace poco reflexionaba sobre su monumental aportación a la cultura europea con Jorgina Díaz Torres, que tiene la formación técnica de una ingeniería y la curiosidad desbordada de un humanismo bien digerido. No escribe Chateaubriand unas “Memorias” al uso en su tiempo, que solían ser justificativas de conductas, difuminando errores y subrayando aciertos. Sus “Memorias de ultratumba”, que hasta 1830 pensaba titular “Memorias de mi vida”, y que se publicaron póstumamente en 1849, están más cerca de las “Confesiones” de Rousseau (aunque él rechaza el modelo), por su crisol de narración pública, histórica, y de revelación privada, que de las “Memorias” del duque de Saint-Simon, dos referentes del memorialismo en lengua francesa.

Saint-Simon vivió a caballo entre los siglos XVII y XVIII, Rousseau en el siglo XVIII, y Chateaubriand entre los siglos XVIII y XIX; sus entornos vitales fueron diferentes; el primero y el último eran aristócratas y el segundo plebeyo: grabador, aprendiz de relojero y periodista desde su juventud. Los tres transitaron por tiempos convulsos y escribieron “Memorias” que tendrían una influencia relevante cuando aparecieron y siguen siendo hoy una referencia en la cultura europea. Las mejor escritas son las de Chateaubriand, que tanto supuso para el romanticismo que emergía. Víctor Hugo escribió de niño en su diario: “Seré Chateaubriand o nada”.

miércoles, 30 de octubre de 2013

Borja Castellano o la autenticidad del aire fresco

A menudo he descubierto que no es del todo veraz aquel pensamiento de Jean Cocteau, un genio enrevesado, de que “la juventud sabe lo que no quiere antes de saber lo que quiere”, y por ello suelo prestar singular atención a los jóvenes que saben lo que quieren y lo persiguen. Hace poco escribí sobre Gonzalo Manglano, un novelista que he seguido con atención y mimo desde sus primeras páginas, y hoy me detengo en Borja Castellano, otro novelista joven que no debemos considerar una promesa sino una realidad.
 
Pronto hará un año -fue el 19 de octubre de 2012- presentó su primera novela, “La vida epifita”, en la más que centenaria Asociación de Escritores y Artistas Españoles. Los presentadores de aquella botadura literaria fuimos Carmen Posadas y yo. Borja Castellano cumplirá dentro de poco treinta y cuatro años y llega a la literatura con muchas lecturas bien asimiladas, vivencias en tierras diversas, entusiasmo y dedicación. El pecado de los jóvenes talentos literarios suele ser la dispersión, encender muchas lucecitas pero no seguir la luz. No es el caso de Borja. Conoce su camino. Trabaja en lo que cree porque cree en lo que trabaja. 
 

sábado, 26 de octubre de 2013

Manuel Alcántara: magisterio y anécdota

Manuel Alcántara nació en 1928 y vive sus laboriosos 85 años frente al mar, en su casa del malagueño Rincón de la Victoria. En Madrid es mi vecino, pero cada vez se aleja menos de su rincón costero. Ha publicado más de 18.000 artículos, algunos de ellos recogidos en libros, una decena de poemarios, varias antologías, y es machadianamente “en el mejor sentido de la palabra, bueno”. En un reciente viaje leí sus artículos diarios en periódicos provinciales del grupo Vocento; se publican en la última página lo que hace que suela empezarse a leer el periódico por el final. Es penoso que sus miradas magistrales sobre la actualidad no aparezcan en ABC, la cabecera principal de Vocento. Los lectores nos lo perdemos.

Como articulista literario, Alcántara no sólo es el decano del género sino, además, uno de sus grandes cultivadores, a mi juicio el primero, en la línea de Pemán y de González-Ruano, por poner dos ejemplos. Atesora un senequismo cálido y cercano y una observación aguda y llena de sorpresas. Ha conseguido los máximos galardones del articulismo, entre ellos el “Luca de Tena”, el “Mariano de Cavia”, el “José María Pemán” y el “González Ruano”. A veces en literatura cumplir años y cuajar  es acercarse al olvido, no al revés; éste no es el caso. Comienza su poema “Biografia”, en su primer libro “Manera de silencio”, de 1955, con un endecasílabo definitivo: “Lo mejor del recuerdo es el olvido…”.

sábado, 19 de octubre de 2013

Umbral: años de sueños ¿y eclipse?

Conocí  a Francisco Umbral cuando no había publicado ningún libro. Eran años de sueños.  Su nombre real era Francisco Pérez Martínez, que cambió porque no le parecía literario; como hizo José Martínez Ruíz cuando se transformó en Azorín. Era un fingidor que ahormaba su personalidad literaria de cara a la galería; en esto hay antecedentes preclaros, el último de ellos Camilo José Cela. A menudo Umbral se fingió a sí mismo y envolvió en sombras intencionadamente, literariamente, sus años de infancia y juventud. Contó lo que quiso guardándose lo que le apeteció. Lo mismo hizo Galdós. El título del más estimable libro de recuerdos galdosianos es significativo: “Memorias de un desmemoriado”; hace años preparé una edición de este libro para Visor y me divertí no poco escudriñando entre sus luces y sus sombras.
 
Umbral es uno de los casos de vocación literaria más arrebatadores que me ha sido dado vivir. Cuando nos conocimos él residía en Madrid, recién llegado de Valladolid, como corresponsal para todo del veterano diario “El Norte de Castilla” que dirigía en la capital del Pisuerga el ya reconocido Miguel Delibes. Paco no se entretenía en el seguimiento de la actualidad y surtía a su periódico con reportajes sobre el famoseo capitalino, entrevistas de tronío y crónicas y artículos literarios en los que ya se derramaba la brillantez y originalidad que años más tarde sus lectores celebrarían en los grandes medios. Paco no sabía conducir y no siempre podía permitirse un taxi. Yo le trasladaba muchas veces a hacer sus entrevistas y reportajes, y era testigo de ellos,  en mi primer seiscientos de segunda o tercera mano que él llamaba “el auto” a la manera vallisoletana. Entonces sus piezas periodísticas pasaban inadvertidas, perdidas en un diario de provincias.
 

domingo, 29 de septiembre de 2013

Gonzalo Manglano o la rara madurez

Me tengo por un buen catador de creadores. Desde la madurez que, ay, me otorga la mera cronología, los veo llegar y pocas veces me equivoco cuando apuesto por alguno de ellos. No puedo asegurar cuánto tardarán en conseguir el fin que se proponen, ni siquiera es infalible afirmar que lleguen a conseguirlo porque la consecución de una meta tiene no poco que ver con factores ajenos a la valía, pero sí me atrevo a valorar el equipaje que llevan en su camino.
 
Es el caso de Gonzalo Manglano de Garay al que no me gusta considerar promesa. No se trata de una adivinación de su trabajo futuro sino de una afirmación de su camino ya recorrido. Ha publicado ensayo literario, relatos, y es un excepcional fabulador además de un hombre sumergido en la cultura desde una consideración activa, de animación, de presencia en las más plurales manifestaciones. Siempre está maquinando algo nuevo, siempre nos sorprende con su imaginación desbordante. Además, y acaso debería haber empezado por ahí, es un novelista original, pulcro en el artificio narrativo, sabio muñidor del idioma, minucioso en el adjetivo, resolutivo en las situaciones de la trama, de lenguaje onírico y poético. Ha escrito varias novelas y ha publicado “Crónicas de humo” (Alfama, 2008) en cuyo acto de presentación tuve la fortuna de intervenir.   
 

domingo, 22 de septiembre de 2013

Mallarmé, Borges, el libro y lo fugaz

A menudo pienso en aquello que Stéphane Mallarmé, genio hermético y poliédrico, confió a sus contertulios en una de las famosas  reuniones de su casa de la Rue de Rome: “Todo en el mundo existe para acabar convirtiéndose en un libro”.  Una especie de panteísmo libresco. El salón de Mallarmé había llegado a ser el faro de la vida intelectual parisina, y le escuchaban Rilke, Verlaine, Valery, Guide o Yeats, mientras Manet le pintaba un retrato y Debussy orquestaba su célebre poema L'après-midi d'un faune. ¿Debe salvarse de la fugacidad lo que un escritor urdió para morir en unas horas, como pueden ser un artículo de periódico o una conferencia? Todo lo que nos rodea, lo que observamos, sobre lo que reflexionamos, lo que escribimos ¿atesora la condición hipotética de convertirse en libro? Quevedo lo expresó sabiamente en su célebre soneto “A Roma sepultada en sus ruinas” cuando contrasta las viejas piedras arrasadas por el tiempo y un Tíber tan vivo, en su rotundo endecasílabo final: “Lo fugitivo permanece y dura”.

sábado, 14 de septiembre de 2013

Una literatura llamada Borges

Es canónico considerar que Borges es en sí mismo toda una literatura. Mi fervor por él nació en la adolescencia y perseguí escuchar su palabra durante años. Cuando viajé a Buenos Aires él no estaba allí y nuestros dos encuentros se celebraron en Madrid. El primero en una recepción a escritores en el Palacio de la Zarzuela cuando recibió el Premio Cervantes, y el segundo en una comida a cuatro en un restaurante típico, ya desaparecido, del barrio de las Letras, a la espalda del Hotel Palace.
 

miércoles, 11 de septiembre de 2013

Malula: el arameo bajo el fuego

En septiembre de 1991 un grupo de escritores viajamos a Siria para intervenir en unas jornadas literarias. Entre ellos Juan Antonio Hormigón, Joaquín Benito de Lucas, Antonio Porpetta, Margarita Arroyo, Carmina Casala, Antonio Gala, Raúl Torres, José López Martínez y José Manuel Caballero Bonald. Organizó el viaje Jesús Ríosalido, diplomático además de poeta, que había sido embajador de España en Damasco.

En nuestro viaje a Siria visitamos, entre tantos parajes, Malula, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, a cincuenta kilómetros al norte de la capital y a 1.700 metros de altura en las escarpadas cumbres del Kalamún que según la leyenda se abrieron en dos por un milagro para hacer posible el paso de Santa Tecla a la que perseguían los romanos. Se asoma a la autopista que une Damasco con Homs, cuna del emperador romano Heleogábalo. El pueblo, de menos de cinco mil habitantes, es junto a Jabadin y Bakah, uno de los tres lugares en los que aún se habla el arameo en Siria, y el único mayoritariamente cristiano: el 90%. de su población. Un oasis de diferencias que ahora la guerra ha condenado.  

jueves, 5 de septiembre de 2013

Dionisio Ridruejo: Ética, Literatura y Política

Acabo de leer la edición crítica y definitiva de “Cuadernos de Rusia. Diario 1941-1942”, de Dionisio Ridruejo, a cargo del historiador Xosé M. Núñez Seixas. Podría pensarse que es el diario de campaña de un soldado de la llamada División Azul, los voluntarios españoles que lucharon junto a las tropas de Hitler en la Rusia de Stalin, pero si busca un texto esencialmente político o militar el lector quedará decepcionado. Lo capital en este libro es su aliento literario, su estilo rico en matices, la capacidad de observación de su autor, su condición de mosaico emocional salpimentado de muestras líricas estimables.

miércoles, 28 de agosto de 2013

Los documentos y la Historia

Desde que empecé a leer en serio, digamos que después de los tebeos (entonces no se llamaban comics), después de Rudyard Kipling, de Fenimore Cooper, de Daniel Defoe, y de Richmal Crompton, una de mis primeras lecturas fue un libro cuyo título movió mi curiosidad porque coincidía con mi nombre: Juan Van Halen, el oficial aventurero, una de las dos biografías que escribió Pío Baroja, dedicado a mi antepasado el conspirador del siglo XIX. El ejemplar de la biblioteca familiar, no numerosa pero bien elegida, estaba dedicado a mi padre. Años después, poco antes de morir don Pío, mi padre me llevó a conocer al escritor en su casa de la calle de Ruíz de Alarcón, a espaldas del Hotel Ritz. Recuerdo a un anciano con boina y batín gris que me dijo algo parecido a “espero que no des tanta guerra como tu tatarabuelo”. Probablemente por aquella afinidad vanhaliana seguí desde entonces con fervor la obra del escritor vasco y paralelamente las peripecias de aquel aventurero que guerreó bajo varias banderas y alcanzó el generalato en dos naciones, en un siglo tumultuoso y atractivo, tiempo al que desde el amor a la Historia acabé prestando especial atención.

sábado, 10 de agosto de 2013

Un gran poeta: Santiago Castelo

Hay poetas que por no apuntarse al canon que a veces nos abruma no están en la pomada de las pasarelas literarias tanto como merecen. No han seguido “las modas” porque saben, como me dijo hace años en París Pierre Cardin,  que “moda es lo que pasa de moda”. Son poetas que han construido su voz propia desde una dedicación rigurosa, mantenida, siempre dando pasos adelante en una obra que la crítica más estimable reconoce y los lectores -esa minoría juanramoniana- siguen con interés. No se detienen un segundo para mirar atrás. Es el caso de Santiago Castelo.

jueves, 8 de agosto de 2013

Riesgo y pasión de un liberal: Chaves Nogales

Leí a Manuel Chaves Nogales comenzando la adolescencia. En la biblioteca de mi padre, que contaba con apenas medio millar de libros pero bien elegidos, que yo devoré como un poseso, encontré la primera edición de “El maestro Juan  Martínez que estaba allí” publicado por Estampa en 1934. Para muchos pasa por ser una novela pero es un relato “vivido”. Como escribió Cela, “novela es todo texto que, editado en forma de libro, admite debajo del título, y entre paréntesis la palabra novela”. Realmente Juan Martínez, bailarín de flamenco, existió. Chaves Nogales lo conoció en París y le contó su peripecia durante la guerra civil que sucedió a la revolución rusa de octubre de 1917. Es una narración de hechos reales como lo es toda la obra de este singular y excelente escritor y periodista sevillano sobre el que cayó un inclemente silencio en la larga posguerra. También leí en la biblioteca de mi padre el retrato, por cierto poco amable y acaso movido por la envidia, que César González Ruano, amigo mío muchos años después, hace de Chaves Nogales en sus memorias “Mi medio siglo se confiesa a medias”.

lunes, 29 de julio de 2013

A trancas y a barrancas

¿Qué es la literatura? Para Franz Kafka “la literatura es siempre un viaje a la verdad”; sin embargo, para Juan Carlos Onetti “la literatura es mentir la verdad”. Baroja dejó dicho que “la verdad del arte es más verdadera que la verdad real”. Mario Vargas Llosa tituló un libro de ensayos literarios “La verdad de las mentiras”.
 
El escritor, en su oficio, es un fingidor que se derrama en las historias que crea, vive en sus personajes y asiste impotente a su rebelión cuando éstos adquieren vida propia hasta el punto de llegar a desarrollar la historia que al autor imaginó pero que, en cierto modo, ya se escribe a sí misma. Hace muchos años Camilo José Cela en una primeriza entrevista de periódico me desveló este asunto misterioso: “una novela vive su propia vida y se desboca como un caballo, de modo que el autor debe estar atento siempre a la brida”. Es una de las primeras enseñanzas que recibí de Cela, luego mi amigo hasta su muerte. Otra enseñanza de aquel encuentro: la entrevista la salva el entrevistado y la cobra el entrevistador.